III

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Eliana despertó de golpe; temblaba de frío. Tomó la linterna, que había quedado encendida junto a ella. El haz le mostró que estaba de vuelta en el departamento. Suspiró, aliviada, y se puso de pie.

La luz titiló; Eliana pensó que quizás se estaba quedando sin pilas, por lo que fue al modular y abrió el primer cajón de la izquierda. Lo primero que tocó fue una especie de cajita de madera tallada que nunca había visto antes. La hizo dar vueltas entre sus manos, pero no encontró ninguna pista de su procedencia. Entonces, tomó la linterna y levantó la tapa.

Había papeles. Un montón de papeles escritos a mano, oscurecidos por el paso del tiempo. La escritura se distinguía perfectamente, parecían cartas, pero ella no reconocía la letra ni veía fechas ni encabezamiento ni firma. La primera hoja mostraba una letra cursiva con rasgos que recordaban a la forma de escribir de los maestros:

...pero yo no la dejaba. Ella se enojaba conmigo, se encerraba en su cuarto y ponía la música a todo volumen. Yo quería hacerle entender que me habría encantado dejarla hacer lo que quería, que le habría dado todo si hubiera podido, pero no nos alcanzaba para darle todos los gustos. Y ella dejaba de hablarme durante días...

¿De qué se trataba todo esto? Eliana tomó la segunda hoja; la letra era una imprenta bastante desprolija, como si la mano que la había escrito estuviera apurada:

Yo nunca quise lastimarte, sabés. Es solo que no podía seguir mintiéndote a vos ni a mí mismo. ¿No es mejor así? ¿No es mejor ser sincero que insistir en algo que no funciona? Me arrepiento de haberte engañado, te lo juro, pero en ese momento no sabía qué hacer. Todavía me siento culpable, y ahora...

Las manos de Eliana comenzaron a temblar bajo la luz de la linterna. Tomó las hojas que estaban debajo y leyó unas líneas de cada una:

...y terminamos tan borrachas, que amanecimos en la playa sin zapatos...

Tendría que haberle dicho que me gustaba cuando todavía estábamos en la facultad...

...hasta que me cansé y le dije que no me rompiera más las pelotas.

...a pesar de todo, me hacía reír...

Había más, pero Eliana no quiso leer; deseó olvidar todo, morirse, lo que fuera. ¿Quién quiere saber lo que los demás piensan de una cuando no está? Al soltar las hojas, estas cayeron al piso con suavidad y ardieron espontáneamente hasta que se consumieron por completo.

El humo ascendió hasta el rostro de Eliana. De pronto, el departamento se deformaba alrededor, inclinándose sobre ella. Ella trató de respirar despacio para calmarse, pero descubrió, con un escalofrío, que se estaba sofocando.


(448 palabras)


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