VI

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Eliana permaneció inmóvil, incapaz de desviar la mirada de aquellos ojos amarillentos, secos y apagados que parecían mirar más allá de ella.

Un trueno lejano la despertó de su fascinación. La mujer se pasó la mano por la frente y, al mirar de nuevo el espejo, descubrió que había inclinado la cabeza a un costado y que empezaba a moverse.

Se dio vuelta, horrorizada. La cosa trataba de acomodar sus extremidades en el poco espacio que tenía, para levantarse. Eliana retrocedió con la mirada fija en eso; en cuanto salió del baño, corrió hasta la puerta del departamento, salió y cerró con llave.

Acto seguido, fue a la puerta del vecino del 4°B: estaba abierta.

Se decepcionó de encontrar el mismo panorama de antes, aunque no le sorprendió. Era claro que todos los departamentos del piso debían presentar el mismo aspecto. Lo que sí la sobresaltó fue un rumor de algo que se arrastraba y golpes apagados en las paredes. Eliana volvió la cabeza para confirmar su sospecha: una mano blanca se sujetó del marco de la puerta del baño, seguida de una cabellera larga y revuelta. No necesitó más; salió y corrió a las escaleras.


El palier del tercer piso estaba oscuro. Eliana encendió la linterna. Un vistazo rápido le mostró que no había lápidas.

La primera puerta que encontró estaba abierta de par en par. De nuevo, el departamento era idéntico al suyo, pero apenas llegó a notarlo porque otro doble macabro (¿o acaso era el mismo?) avanzaba hacia ella con una dolorosa falta de coordinación.

Eliana salió de nuevo y se apoyó contra la puerta. A lo lejos, los truenos atravesaban la solidez de ese silencio que ya se había vuelto insoportable. Un golpeteo detrás de ella, tímido pero claro, le hizo saber que había llegado el momento de bajar otra vez.

El segundo piso no era mejor. Eliana apenas logró esconderse en el incinerador antes de que la cosa que rondaba se diera vuelta y viera el resplandor de la linterna.

La mujer se acurrucó en el minúsculo espacio que le dejaba el tacho de basura, mirando el vacío con los oídos tapados con fuerza para no oír aquellos pasos. Otra vez le temblaba el cuerpo; el corazón latía descontrolado en el pecho y un sudor frío había comenzado a brotar de su piel.


Cuánto tiempo permaneció en ese estado, nunca lo supo. Un nuevo destello de voluntad la sacudió, más débil que el anterior, pero suficiente para que se pusiera de pie con una idea clara en la cabeza: tenía que salir del edificio.

(429 palabras)


No abras la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora