VII

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Eliana se puso de pie, abrió la puerta y se deslizó hacia la escalera. Con una lentitud infinita para no alertar a su doble, fue bajando los escalones de a uno.

Apenas había llegado a la mitad, cuando algo le cayó en la cabeza. Se pasó la mano y miró: polvillo blanco y piedritas. Iluminó alrededor con la linterna, y confirmó sus sospechas: unas enormes y profundas grietas recorrían las paredes.

Los truenos seguían interrumpiendo, cada tanto, el silencio infernal que reinaba. Eliana continuó su camino. Al llegar al primer piso, oyó un estrépito lejano sobre su cabeza y todo tembló.

El edificio se estaba desmoronando.

Sin mirar atrás, ni arriba, ni a los costados, Eliana corrió y bajó las escaleras. El hall de entrada se extendía unos diez metros delante de ella. Al fondo, la puerta de entrada permanecía oscura, recortada por una línea de luz blanca. Alrededor, las paredes se agrietaban y comenzaban a caer en los escombros.

La muchacha amagó partir dos veces. Temía quedar sepultada. Mientras dudaba, una mano fría la tomó del tobillo; solo entonces, Eliana corrió.

Corrió con la poca fuerza de voluntad que le quedaba, corrió con la certeza de que moriría aplastada si no lo hacía. Podía oír cómo el edificio se venía abajo detrás de ella, cómo la perseguían los escombros y el polvo. Estaba cerca, ya podía distinguir el picaporte, pero le faltaba el aire y estaba agotada. Los repentinos relámpagos de energía habían vuelto, insistentes, pero se debilitaron hasta que dejó de sentirlos. Ya no podía más.

Con un último esfuerzo, dio dos pasos más y estiró la mano.

—Perdón, Ma −murmuró.

Eliana cerró los ojos, abrió la puerta y salió.


(282 palabras)

No abras la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora