01- El llanto que trajo su propio caos

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El lugar era demasiado oscuro y viento gélido de aquel invierno amenazaba con tumbar aquella gastada puerta de madera; unas pequeñas manos se alzaban en esa misma oscuridad, el líquido pegajoso se estiraba como finos hilos entre sus dedos, una bebé recién nacida acunada entre los órganos putrefactos de su madre quien una vez la acunó en el interior cálido de su vientre, quien se entregó al ángel de la muerte no sin antes arrancarse esa otra vida de sí misma.

Una gélida ventisca entró al interior de esa malgastada casa y provocó su llanto, tenía hambre, los sabores podridos no le eran agradables, entre sus orines y heces el ambiente era de puro terror para ella, lloró mientras lágrimas gruesas abandonaban sus ojos. De aquella quietud se escuchó un suave deslizar entre los líquidos desagradables de aquel cuerpo.

Se aproximó y se evaporó para finalmente aparecer frente a aquella criatura que le cantaba una dulce canción de cuna, tenía hambre, él era el hambre —oh— que belleza más extraordinaria había encontrado, la bebé vomitó una sustancia nauseabunda, se estaba muriendo de hambre, de frío, de soledad.

La acunó en sus brazos impresas de estrellas mientras le contaba historias apocalípticas y deslizaba sus delgadas manos sobre su frente cegándola para no reconocerse en sus pupilas.

—Y vendré a hacerte compañía —susurró mientras la acunaba, el cuerpo de la madre en cuestión de nada se desparramó sobre el suelo como si fuese una fina tela. ¿Cómo era posible que ahora se resintiera ante la falta de compañía?

Su cuerpo tomó forma y entre abrigos oscuros, salió de aquel lugar dejando que la nieve cubriera todo su interior. Aquella bebé respiraba con dificultad, él le daría tiempo de vivir, amarraría su destino al de él, como una burla hacia quien les dio la vida a los hombres.

Sin perder más el tiempo y con calma taciturna, caminó una vez más entre aquellas almas en desgracias; cambió su apariencia peligrosa a una común y a lo lejos percibió el aroma a comida, caminó entre la niebla y se acercó a una joven de ojos verdes y estrellas rojas.

—Mi hija muere —susurró a la joven quien vendía flores congeladas en aquel pueblo sin vida.

Aquella joven campesina con un corazón sin mancillar —fresco manjar—, corrió a buscar un poco de leche caliente y le ayudó a dárselo. La niña respondió enseguida, provocando que al primer sorbo vomitara gusanos, trocitos de carne, hilillos hediondos. La joven no supo cómo reaccionar cuando miró al hombre de ojos negros buscando respuestas.

Él sonrió.

—Yo me haré cargo de ella —musitó mientras ella le daba a la niña de vuelta para irse corriendo presa del horror.

—Por lo visto, ellos no serán buenos contigo —le dio leche nuevamente, ahora se encargaría que ella estuviese tranquila y que bebiera su vida entera.

Las melodías lúgubres de Ophelia [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora