2 de noviembre (otra vez)

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2 de noviembre (otra vez)

Están a punto de dar las doce y acabo de volver de la que ha sido una de las cenas más incómodas de la historia de la humanidad. Creedme, comparada con esta, la Última Cena fue un juego de niños.

Empezó conmigo ensayando frente al espejo del baño durante casi una hora lo que iba a decirle a mamá. La mejor forma que se me ocurrió de abordar el tema fue: «Mamá, ¿te acuerdas de ese episodio que no quisiste ver de Dr. Phil?». Así que imaginé que lo mejor que podía hacer era escabullirme sin que ella se diera cuenta.

Pasé por delante de la sala de estar lo más rápido que pude y con el mayor sigilo posible. Como no podía ser menos, hoy era el único día que mamá seguía consciente a las siete y media de la tarde. Para empeorar aún más las cosas, estaba viendo una de esas películas de la cadena Lifetime que iba de una mujer que sufría malos tratos, así que su estado de ánimo no sería ni mucho menos el adecuado para soltarle la noticia.

—¿Adónde vas? —me preguntó desde el sofá.

—Yo… —me costó lo mío pronunciar esa única palabra—. Voy a cenar con papá.

Aquello nos cogió por sorpresa a los dos.

—¿Por qué? —preguntó.

—Mmm… —Ese era el momento que había estado temiendo toda la tarde—. Por lo visto, se casa.

Mamá tardó unos segundos en procesar la información.

—Oh, ¿en serio? —dijo—. No sabía nada. Me alegro por él.

Volvió inmediatamente a mirar la televisión, pero sabía que en realidad no la estaba viendo. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se guardaba lo que fuera que estuviera pensando en ese momento.

Yo mismo tuve la sensación de que el alma se me caía a los pies después de darle la noticia; no puedo ni imaginar cómo se sentiría ella. Mamá y yo tenemos nuestros problemas, pero ningún hijo debería ver a su madre como yo vi a la mía en ese momento.

—Quiere que vaya a conocer a su prometida, así que allá voy —le expliqué.

—Pásatelo bien —dijo mamá—. Y vuelve a una hora decente… y todas esas cosas que dicen los padres.

—Vale. Hasta luego, mamá. Te quiero.

No quería dejarla sola, pero casi me alegré de tener que pasar la mayor parte de la noche fuera de casa. No quería presenciar lo que iba a hacer mamá para digerir la noticia. Sabía que no iba a ser bonito.

Me subí al coche, hice todos los trucos que tenía que hacer para arrancarlo y me puse en marcha odiando esa noche incluso antes de empezar.

Papá me mandó por SMS la dirección de April, que era donde al parecer vivían los dos desde hacía siete meses. «Vaya ocasión has elegido para mandarme unas líneas, papá.»

Su casa estaba en un barrio francamente agradable. Estaba pintada de amarillo con las molduras blancas y tenía una valla de madera alrededor del jardín delantero. Aquello me descolocó por completo. No tenía ni idea de lo que podía esperar.

Todavía no sé por qué una mujer como esa decidió mudarse a Clover. Papá debe de haber convencido a April de que las afueras son un buen sitio para criar a un niño. ¿Tendrán algún gen las mujeres que les hace querer ser como las protagonistas de Mujeres desesperadas? Estaba claro que April lo tenía.

Llamé al timbre, que estaba situado en la barriga de un gatito que lo cubría. Era inquietantemente mono. Hacía que la casa pareciera la clase de sitio en el que lo mismo podías comerte unas galletas recién horneadas que ser asesinado. ¿Entendéis lo que quiero decir?

Fulminado por un rayo -Chris ColferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora