Pájaros bajo la lluvia

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Capítulo 7: Birds under the rain.

A Hermione le rugieron las tripas cuando terminó de escribir en el reverso de aquel panfleto publicitario. Su grasienta hamburguesa y sus patatas seguían sobre la mesa, justo donde las había dejado antes de que Draco empezara aquella persecución para intentar leer lo que ella había escrito. Hermione pasó los ojos por la lista y leyó su contenido de nuevo rápidamente. Se mordió el labio al imaginar qué diría él acerca de... eso.

Tratando de pensar en otra cosa desvió la mirada hacia otro lado, topándose con el bolso que colgaba de la misma silla desde hacía unos días. Sabía que su teléfono estaba dentro, y aunque también sabía que estaba apagado, le intimidaba en cierta medida. Un atisbo de remordimiento atravesó sus entrañas al pensar en el infierno que les estaba haciendo pasar a sus padres. No había vuelto a hablar con ellos desde que se escapó de casa, pero podía imaginar a la perfección su desesperación al no tener noticias suyas. Era demasiado consciente de que tarde o temprano debía volver a casa y aclarar lo sucedido, pero a pesar de todo su lado recientemente desatado no quería volver a la realidad tan pronto, había algo en el interior de su mente que se empeñaba en buscar razones para restarle importancia. Quizás pudiera alargar aquella locura unos días más. Además tenía que inventar una buena excusa para justificar su desaparición, y en ella no podían entrar las palabras sexo, moto ni tatuaje. Mencionar a Draco tampoco era una opción.

Hermione dejó el papel amarillo sobre la mesa, se levantó y se dirigió a la cocina. Sólo hacía diez minutos desde que él se había ido. Abrió el frigorífico y miró su interior con una mueca en el rostro. Por lo visto no conocía el significado de "comida sana". Lo único que veía era beicon, restos de pizza y comida envasada. Lo cerró y se dirigió de nuevo al salón. En el reloj de pared marcaban las tres menos veinte... y una lucecita se encendió en su cabeza. Su facultad no estaba demasiado lejos de allí, dos o tres paradas de metro y a lo mejor le daba tiempo a llegar antes de que Ginny saliera de la última clase. No estaría mal dar señales de vida, aunque fuera a su amiga. Podría pedirle los apuntes de ese día mientras comen en la cafetería y de camino contarle dónde había estado y con quién. Un pequeño destello de nerviosismo se instaló en su estómago. Ginny había sido su amiga desde siempre, sería la única persona a la que le confesaría la aventura que estaba viviendo y de la que se sentía orgullosa... pero no estaba del todo segura de su reacción. Habían sido íntimas desde el colegio, Hermione recordaba su amistad como una de las cosas más puras y bonitas que le habían pasado en la vida. Las tardes de meriendas y juegos que pasaba junto a ella le hacían olvidar las normas y las exigencias de sus padres con respecto a la más mínima cosa. Su pelirroja amiga le hacía reír con sus ocurrencias, y sus abrazos sinceros cuando la situación en su casa la sobrepasaba le reconfortaban. Las cosas empezaron a torcerse en el instituto, cuando Ginny empezó a ser la chica popular y ella el bicho raro. Su amiga trataba de negarlo, intentaba convencerla de que nada había cambiado. Pero Hermione no era tonta y sabía de más que su compañía había empezado a suponer un lastre en la reputación de su amiga. La universidad no hizo más que agravar esa sensación de soledad que se apoderaba de ella cuando se sentaban juntas. Ginny la eclipsaba en tantos sentidos que a veces se sentía invisible junto a ella. A pesar de todo, Hermione siempre había guardado ese grato recuerdo de los primeros años de su amistad y se había escudado en ella para seguir tratando de tenerla en su vida. Ya fuera por su forma de ser o por la inusual y estricta disciplina que había experimentado en casa con sus padres, Hermione no tenía más amistad que esa. Era cierto que ser la sombra de Ginny le había permitido conocer a mucha gente de la universidad, todos con una popularidad envidiable, respetados por el resto de los alumnos. Pero Hermione siempre había permanecido apartada, y ahora no sabía decir si había sido por voluntad propia o porque ellos nunca la habían dejado intervenir en sus conversaciones y quedadas de populares. Ella siempre había sido "la amiga de", y aunque siempre lo había sabido nunca se había parado a pensar en ello con detenimiento. Tal vez por evitar el hueco que acababa de formarse en su pecho de repente.

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