Después de eso fui al hospital y me hicieron pruebas. Un TAC en una cúpula circular y una cosa en la nariz para respirar aire artificial. Según los médicos había hecho un sobreesfuerzo, pero yo me sentía perfectamente. Sin embargo, Rebecca no volvió a retarme a nada en la vida. Además, ella estuvo castigada, supongo que eso y el haberme enfermado cambió la relación que manteníamos. Aquello rompió el hilo que nos unía, o que nos mantenía unidos. Podía sentir su odio hacia mí a diez metros de distancia y yo no conocía el motivo. Se aisló de mí de una forma que nunca imaginé que haría, o más bien, me alejó de su vida. Esa puerta dulce y encantadora de su corazón que se había mantenido abierta para mí durante la inocencia de la niñez, se había cerrado de golpe. Un buen golpe en las narices. Y los siguientes cinco años estuvimos compitiendo todo el tiempo. Ella era tozuda como una mula y no se daba por vencida y yo quizás tenía demasiado orgullo como para dejarme ganar, a pesar de ser un egoísta despiadado, con el mismo corazón sensiblero de siempre. Eso era una tontería, sin embargo, ¿intentar superarla? ¿Qué idiota haría eso? Yo con diez años era ese idiota. Además, Rebecca lo ganaba todo: las pruebas escolares, concursos y además fue la mejor estudiante de mi curso por no sé cuanto tiempo. ¿Y yo quién era? Yo era el niño que hacía vulnerable a los mayores. Eso jugaba en su contra, por lo que yo ganaba. Los profesores me daban algunos privilegios, que la pusieron celosa. Y me alegraba por ello. ¡Me alegraba!
Pero alcanzamos la adolescencia, y fuimos al instituto, y el niño bonito que fui se convirtió en una especie de bicho raro Don nadie. Mi vida dio otro giro tan impresionante que me faltó aire. Mientras Rebecca era una especie de modelo a seguir que iba con los más populares del colegio, yo intentaba no acabar con un ojo morado al final del día. Y su relación conmigo empeoró. Mucho. No me dirigía la palabra y ni siquiera me miraba. Las cosas en casa iban igual de mal: hizo poner un mantel entre su cama y la mía, ya no hacíamos los deberes juntos y pasaba la mayor parte del tiempo con sus nuevos amigos. No la reconocía.
Aquella niña con la que jugaba en el pasillo cuando nos castigaban con una palota azul no era la Rebecca que yo conocía. No mi Rebecca. En aquella edad mis sentimientos por ella se hicieron más intensos que nunca. Pero yo no quería a la chica en la que se había convertido, yo quería a la chica que sabía que llevaba dentro. Al tipo de persona que sabía que era, no al disfraz que había creado para mantenerme alejado. Y deseaba con todo mi débil y estúpido corazón que esa chica o niña, o quien quiera que sea, volviera. Deseaba que todo lo que pasó no hubiese ocurrido nunca. ¿Sería eso demasiado pedir a las estrellas? ¿Tener de vuelta a Rebecca? ¿Es que no había sufrido ya lo bastante como para perder a la persona a la que amaba? Pero yo sabía que la había perdido mucho antes de que me diese cuenta y pudiese rectificarlo.