– Tommy
Cuando tenía cuatro años, Rebecca entró en mi mundo.
Se mudó a mi casa. Yo no la conocía, ni siquiera la había visto alguna vez.
Para mí, ella era la niña que se introdujo en mi vida, jugaba con mis juguetes porque apenas tenía alguno, comía la comida que mamá compraba y dormía en la cama que tenía al lado en mi propia habitación. Y todo sin mi permiso.
Primero pensé que era una intrusa, o algún tipo de juego, por lo que no supe adaptarme bien a ella y su madre viviendo en la misma casa que la mía, aunque era un apartamento miniatura en vez de una casa.
Pero luego me acostumbré. Su padre había abandonado a su madre mucho antes de que ella naciera. Cuando le comunicó que estaba embarazada, el tipo se enfadó y no quiso saber nada más de aquella mujer, dejándola sola y apunto de perder el trabajo con un bebé en la barriga. Su madre y la mía eran amigas desde siempre, por lo que cuando la despidieron mi mamá aceptó cuidar de la niña mientras su madre buscaba un nuevo empleo. A cambio, pagaban la mitad de la pensión y gastos del piso.
Yo, sin embargo, al igual que Rebecca también había crecido sin padre. Mi mamá cometió un grave error al ir a una fiesta al pueblo de al lado, donde un tipo desconocido la dejo embarazada de mí. No aclaró si fue algún tipo de violación o si estaba demasiado ebria como para percatarse de la situación. Sin embargo, mamá tenía novio, y el hombre no tenía ninguna culpa de nada. Ella asumió toda la responsabilidad y lo dejó ir. Gracias a Dios, yo era casi exacto a mi madre, y no al tipo que la dejó embarazada.
Mi madre no odiaba a los hombres. La madre de Rebecca sí.
Yo era un hombre, o, bueno, un niño. ¿Eso significaba que me odiaba? No. A ella le gustaba. A todo el mundo le gustaba. Yo era el niño pelirrojo con un sin fin de pecas por todo el cuerpo, la piel pálida y los ojos verdes como las hojas en primavera, como decía mamá. Según todos, yo era adorable. Pero mi corazón era débil, demasiado débil como para resistir como los demás niños. La gente se volvía más vulnerable conmigo. Yo no quería eso. Tampoco quería toda la atención que me dedicaban. Dejaban a Rebecca en un segundo plano. Y Rebecca era la niña más bonita y agradable del mundo.
Además, ella era muy lista. Mucho más lista que yo, aunque nos lleváramos ocho meses. Su pelo era castaño, y sus ojos marrones muy oscuros. Yo nací en enero. Ella en agosto. Éramos como polos opuestos. No teníamos nada en común, salvo que a ambos nos gustaba comer cereales de miel por las mañanas.
Como dije antes, Rebecca jugaba con mis juguetes. Al principio, yo me enfadaba. Al fin y al cabo eran míos… Luego me regañaban y me decían que tenía que compartirlos con ella, pero yo tenía cinco años, ni siquiera sabía muy bien qué significaba la palabra compartir. Fuimos creciendo juntos. Para mí, ella era la hermana pequeña a la que debía cuidar y proteger, aunque Rebecca fuese más fuerte que yo y tuviese más resistencia. También nos peleábamos, como hacen todos los hermanos. Nos castigaban uno a cada extremo del corredor de nuestro piso para ‘reflexionar’ y al fin perdonarnos. Sin embargo, eran peleas estúpidas por motivos estúpidos.
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Hola!! Bueno, esta es mi segunda historia (la primera va a ser real y aun no ha sucedido así que la voy a escribir sobre la marcha). La escribí el año pasado, y, aunque sea un corto, mejor empezar por algún lugar, ¿no? jajaja Enfin, espero que os guste lectores y no olvidéis en votar y comentar... estaría muuy muuuy agradecida:))
Hasta la próxima!!