Al minuto que llevé a Layla a casa, las cosas comenzaron a ponerse caras muy rápido.
Tan pronto como pude, conseguí un empleo como camarera en Shark's Bar & Grill, en el centro. Era el turno de noche, así que funcionaba a la perfección con el horario de Trish. Mis padres también venían con frecuencia para pasar tiempo con Layla y ayudarnos.
Al final, lo de camarera se convirtió en barman y Mamá Número Dos Trish, "Tía T" como ella prefería ser llamada, cuidaba de Layla mientras yo trabajaba. Me negaba a sentirme mal sobre dejarla con Trish porque Trish la amaba con todo su corazón.
Trish estuvo en la sala de parto cuando nació Layla e hizo todo lo que se suponía que debía hacer el papi. Realmente era Mamá Número Dos.
En realidad necesitaba explorar esta cosa del lesbianismo.
Layla era un bebé tan bueno que Trish siempre amenazaba con raptarla, así jamás tendría que arruinar su perfecta figura llevando un bebé ella misma. Bueno, podría intentarlo, pero la perseguiría, la cortaría en pedazos y se la daría de comer a las gallinas en cuanto la tocara.
Amaba tanto a Layla y llenaba mi corazón con tanta alegría que pensé que podría explotar. Me daba todo lo que quería.
Las cosas comenzaron a levantar la mirada. Muy alto.
Me registré dos semestres más tarde y tomé clases en línea, lo que por supuesto fue la razón por la cual graduarme tomó más tiempo del esperado. Tampoco quería asumir una carga completa y correr el riesgo de que bajara mi promedio.
Conocí a Ryan el verano antes de mi primer año.
Se presentó a sí mismo en Shark's. Estaba ocupada trabajando detrás del bar cuando él llegó y coqueteó horriblemente.
—Eres hermosa —oí decir a la voz suave de un chico. Rápidamente levanté la mirada hacia él como si fuera un alienígena de otro planeta—. Soy Ryan —dijo, sosteniendo su mano en alto. Sólo lo observé. Me di cuenta de que debía haber parecido un pescado muerto parada allí mirándolo con la boca abierta, pero no pude evitarlo.
Me había quedado sin palabras.
¡Incómodo!
Eventualmente reaccioné y tomé su mano despacio mientras murmuraba:
—_______… ____…
Ahora, ¿por qué le había dicho mi nombre real? Oh, sé por qué, ¡porque era malditamente sexy! No el tosco, musculuso y sexy a lo Justin, sino más bien el impecable, sofisticado y suave sexy. Le había visto aquí con sus amigos, todos usaban jerseys de cuello alto o camisas completamente abotonadas, algunas veces llevaban corbatas. Honestamente, chocaban con la vibra despreocupada de este sitio, pero de un modo en el que les hacía resaltar más.
Tenía el cabello corto, de un color rubio claro, que mantenía peinado un poco hacia el costado. No era tonto, era sofisticado. También tenía unos preciosos ojos azules. Su rostro estaba bien formado y lucía terso. Las mangas estaban recogidas hasta el codo, por lo que podía ver su piel perfectamente bronceada. Era de constitución delgada, por lo que imaginé que tendría un cuerpo de corredor bajo esas ropas; un muy impecable y sexy cuerpo de corredor que encajaba con su impecable y sexy cara.
Lo miré de arriba abajo y me percaté de que su camisa tenía el cuello desabotonado, exponiendo su suave garganta, un poquito de cabello y la insinuación de un pecho bien formado.
¡Babas!
—¿Hay algún modo de convencerte para que cenes conmigo, ______?
¡Maldición, maldición, maldición! ¡Me atrapó mirándole el pecho! Bueno, ¿qué mujer en su sano juicio no se lo comería con los ojos? ¡O qué hombre, ya que estamos!
—Um… —Ni siquiera podía pensar con claridad. Habían coqueteado conmigo muchas veces, pero por alguna razón esta ricura me había dejado sin palabras.
Al menos mi vergüenza me ganó una sonrisa, sonrisa que, debo añadir, incluía unos perfectamente alineados dientes blancos.
¡Dulce niño Jesús, tenía un hoyuelo! Sólo uno, en la mejilla derecha. Profundo. Quería lamerlo, quería lamerlo a él. ¡Oh, por Dios! ¿Qué estaba mal conmigo?
—Mira, es solo una cena. Si después no estás interesada, pues pensaré en dejarte ir.
¡Un momento! ¡Para el carro! ¿Qué dijo ahora? ¿Pensará…? ¿Había escuchado bien?
Eso sonaba tan parecido a algo que Justin diría, que sentí como si me golpearan en el estómago. Era la última cosa que necesitaba en mi vida ahora mismo, ¡otro Justin! No que realmente importara, tampoco se trataba de que tuviera un corazón extra para aplastar. El original había sido abandonado en pedacitos microscópicos en el corredor superior de la casa de John Sanders. ¡Pero aun así!
Reuní mis ideas rápidamente y entrecerré mis ojos hacia él, más enojada de lo que debería estar.
—¿Perdón? ¿Tú pensarás si dejarme ir? ¿Esa es tu manera de seducir? Bueno, déjame decirte algo, idiota, no me importa lo sexy que es tu pecho o lo mucho que quiero lamer ese hoyuelo en tu mejilla, soy una madre soltera.
Observé cómo se desvanecía su sonrisa y supe que lo tendría corriendo como a una niña pequeña, pero sus ojos se dirigieron a mi cintura abruptamente. Tan pronto como lo vi, respingué y chasquee los dedos en su rostro.
—¡Ojos arriba amigo! Hago ejercicio, aunque eso no es asunto tuyo. —Me abstuve de agregar el “ocasionalmente” que haría cierta esa afirmación.
Su vista se alzó rápidamente.
—Tengo un bebé, una hija. Trabajo a tiempo completo y voy a la escuela, y cualquier tiempo extra que tengo se lo dedico a esa personita.
Lo último que necesito en mi vida es a un idiota diciéndome que “pensará si dejarme ir o no” si no estoy feliz después de la cita, así que ¡jódete! —Sí, hice lo de las comillas en el aire.