Capítulo 6

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Adán

Cierro mis ojos y aguanto la respiración para poder hundirme bajo el agua en la bañera. Comienzo a contar los segundos y dejo que mis músculos se relajen. El agua limpia mis ensangrentados puños. Minutos antes estaba matando al saco de boxeo. Había olvidado ponerme los guantes y lo golpeé con tantas fuerzas que de mis nudillos brotó sangre. Las heridas escuecen, pero nada se compara con el dolor de perder a alguien.

Owen no se merecía morir. Tampoco yo merecía ser salvado por él aquella vez que se incendió un edificio. No cuando intenté morirme asfixiado por el humo, o quemado por esas llamas ardientes que me rodeaban. Estaba destrozado, pues esa misma noche había encontrado a Jade en Miami.

Mientras estoy sumergido acaricio el collar que flota en el agua. La cadena está atada a mi cuello. La mitad del corazón, su corazón. Aquel collar que le regalé en su cumpleaños. Se lo había devuelto, luego de pensar que me había sido infiel con su amigo.

Esa noche estaba en Miami con mis compañeros, los bomberos. Owen entre ellos. Estábamos bebiendo y la vi. La vi por primera vez, luego de casi tres años buscándola. Dejé la bebida en la mesa del viejo bar, apestoso a humo de cigarro, y fui hasta la puerta. Ella acababa de pasar con una niña. No podía ser ella. No creía que fuera ella. Pensé que el alcohol me estaba jugando una broma, pero no había bebido tanto, apenas acababa de llegar y empezaba la primera ronda con los chicos. Salí del bar y caminé sigilosamente hasta alcanzarla. Mientras iba detrás de ella, pude oler su perfume, ver su figura y cabello. No estaba seguro todavía. Volvía a ser rubia y el cabello le llegaba al final de su cintura. La niña caminaba al lado de ella. Iban agarradas de la mano.

—Mami, mi helado lo quiero de fresa. —Le dijo la niña con voz de ángel.

Seguían caminando, sin voltearse. Quería saber si era ella o una alucinación mía.

—Alaina, Max dice que no queda ese sabor. —Le dijo deteniéndose para mirar con cautela a la niña.

Momento que aproveché para confirmar mis sospechas. ¡Sí! Era ella. Mi Jade, pero... Me paralicé. Estuve a punto de susurrar su nombre para ver su reacción pero no pude.

Recordé que ella me había dejado, sin darme una explicación. Sin dejar una carta como en las novelas clichés. Simplemente se fue sin importar el dolor que me causaría. Recuperarme fue una tortura. Al final acepté que me había abandonado. La emoción que sentí al reconocer su rostro angelical se esfumó tan deprisa, dejando un dolor profundo en el lado izquierdo de mi pecho.

—Pues vamos a otro lugar. Quiero de fresa. —Refunfuñó la niña.

Una sonrisa triste se asomó en mis labios al verlas. Esa niña de hermosa cabellera castaña era mi hija. Nuestra hija. No lo podía negar, no cuando estaba viendo con mis propios ojos sus gestos.

—Max nos está esperando. Ya ha pedido. Lo siento, princesa. —Le dijo mientras guardaba su teléfono celular.

Se agachó y cogió a la niña en sus brazos. Luego la niña rodeó el cuello de su mamá con sus pequeños bracitos y la cintura con sus piernitas. Jade comenzó a caminar de nuevo y mis pies decidieron seguir.

No podía dejarla ir. No podía perderla de nuevo. En ese momento una voz en mi interior me dijo que ya la había perdido, pero no le hice caso. Fuera de control estaba. Las emociones que sentía eran contradictorias. Quería y no quería. Aléjate, acércate. No. Sí. ¡A la mierda! Elevé mi mano para tocar su hombro. Antes de provocar el contacto mis ojos fueron hasta la niña que miraba mi mano y luego mi cara con la curiosidad reflejada en sus grandes ojos. Fue como un aviso, una advertencia del error que iba a cometer. Me detuve. Jadeando pasé saliva al no apartar la mirada de la pequeña. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos.

Cambiando el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora