Los números del uno al diez se repetían con parsimoniosa lentitud en mi cabeza, llena de dudas, nervios y algo parecido al miedo.
Mi madre caminaba de un lado a otro haciendo sonar sus zapatos altos poniéndome los vellos de punta mientras mi padre simplemente la observaba con sus manos entrelazadas sobre su regazo sin emitir sonido alguno. Una sala de espera no es el mejor lugar para decidir el futuro de un adolescente de casi quince años, eso estaba claro.
Sentí un calambre en mi estómago seguido por un ruido bastante sonoro que me hizo perder la cuenta y cerré mis ojos fuertemente comenzando desde el inicio.
Uno
Dos
Tres
El sonido y el dolor resintiendo la falta de alimento me hicieron volver al momento que tanto quería olvidar, el presente. Eran pasadas las doce del mediodía y haberme saltado dos comidas en el día estaba pasándome factura, eso, sumado al nudo en mi estómago debido a los nervios, estaba comenzando a marearme.
No somos los únicos aquí, dos asientos más allá de nosotros están unas gemelas que no paran de parlotear junto a sus padres y tras esa puerta que oculta al que dictará mi futuro se encuentran tres personas a punto de descubrir el suyo.
Los números dejaron de funcionar hace un par de minutos por lo que ahora imito a mi padre y sigo con la mirada los pasos apresurados y nerviosos de mi madre. La veo detenerse abruptamente, pero no entiendo el porqué. Se acerca a mí de una manera un tanto robótica y yo arrugo el entrecejo.
– ¡Yuri! –Dí un brinco en mi asiento y parpadeo un tanto perdido– Es nuestro turno.
Me levanté con suavidad intentando no empeorar los mareos, o al menos esa es la excusa que quiero darle a mi mente. A mi lado veo pasar a aquél que estaba dentro del consultorio y lo sigo con la mirada, lo encuentro riéndose eufóricamente mientras su padre lo abrazaba fraternalmente y su madre daba saltitos de alegría.
Es un Alfa.
– Tomen asiento –se escucha la voz del doctor que rebusca en un gabinete en su escritorio–. Familia Nikiforov, me alegra verlos de nuevo por aquí, no nos vemos desde los maravillosos resultados de su primogénito, Vitya, ¿Me equivoco?
– Para nada, hace ya doce años, Doctor Vorobiov –Contestó mi madre sonriendo—. Ha sido un largo tiempo.
– Lo ha sido, mi señora –Puso una carpeta amarilla sobre el escritorio y tronó sus dedos–. Esperemos que –Leyó el nombre en la carpeta– Yuri cause el mismo orgullo que Vitya para los Nikiforov.
Rodé los ojos y crucé mis brazos, podía sentir el ego de mis padres aumentar hasta casi las nubes, de no ser por "eso".
– Si tan sólo no hubiese decidido emparejarse con ese vulgar Omega japonés –La decepción y la superioridad mezcladas en su voz al referirse al Omega de mi hermano me produjo un escalofrío–. Al menos tenemos la esperanza de que los fuertes genes de Vitya repelan a los del intento de hombre.
– Ciertamente, mi señora.
– Esperemos que la descendencia de Vitya sea tan Alfa como todos los Nikiforov. –Habló por fin mi padre sin ninguna expresión en su rostro.
– Que así sea –Entrelazó sus dedos y nos acompañó un silencio ahogador por un par de minutos–. Bien, mis señores, los resultados de Yuri se encuentran aquí –Sacó un sobre sellado de aquella carpeta que con ayuda de unas tijeras abrió. Sonrió ampliamente como dando por sentado el que no sería más que otro Alfa–. Familia Nikiforov, me complace ser yo quién les anuncie que su hijo es –Desdobló el papel y podría jurar que los rojizos colores que acompañaban su rostro lo abandonaron por completo–: Un Omega.
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Sold
RomanceYuri, descendiente de la más alta casta de los Nikiforov, miembro de la última generación vigente de los Plisetsky. Un Omega. Sabía que los Nikiforov eran capaces de muchas cosas por asegurar su pureza, pero nunca creí que harían algo así.