¡Señorita Briand!

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Molcred (Sophie)

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Una mañana de Julio cualquiera, con el sonido de las olas al fondo, y el olor a costa, estaba yo llegando a mi futuro trabajo y residencia, el hotel Bahía De Oro. Yo era una chica llena de elegancia y buenas intenciones, con un corazón enorme y un cuerpo de envidia. Esta era la primera vez que iba a vivir sin mis padres, los cuales me han ayudado mucho a lo largo de mi vida. Gracias a ellos, me mudé de Francia a España, soy una persona mucho mejor y he conseguido muchas cosas. Entre ellas, ser campeona de gimnasia rítmica y profesora de ballet en París.

- ¿Señorita Briand?- me preguntó un chico rubio, el cual parecía que se encargaba de los huéspedes del hotel.

- Así es.

- Oh, vaya.- cogió mi mano y la besó.- Soy el encargado del restaurante y el encargado de ayudar a los huéspedes más importantes a llevar sus pertenencias a su habitación.

- No hacen falta tantas parafernalias, no soy tan importante como mis padres. Anda, vamos.

- Bueno... Deje que le ayude con las maletas. Su suite está en la primera planta y es el número 177. Le recomiendo que use el ascensor.- miró mis tacones.

- Será más cómodo...- miré la chapa de su nombre.- Mario.

Llegué al hall y allí me encontré con gente tan adinerada como mis padres. Fui al mostrador donde conseguí mis llaves. Una vez tenía las herramientas, para abri mi suite, subí al primer piso y tenía a Mario esperando con mis maletas.

- Gracias por todo Mario.

- No hay de que, si necesita algo, no tiene más que pedirmelo.

- ¿Quieres entrar?- dije con el tono más amable del mundo.

- No puedo entrar a la habitación estando usted dentro, señorita. Lo tengo prohibido.

- Vaya, pensé que estarías cansado y que querías tomar algo en el minibar... Veo que eres un trabajador responsable. Así me gusta.

- Aunque con ese par de senos... No me importaría pasar más rato contigo...- susurró para si mismo.

- ¡Oye! ¡Grosero! ¡Te he escuchado! Eso no se le dice a una señorita a menos que ella empiece el juego.

- ¡Perdón! No le diga nada a nadie, por favor. Necesito el trabajo. Casi no llego a fin de mes y...

- No diré nada, no soy así. Tienes suerte de que solo yo te haya escuchado.- dije antes de guiñarle un ojo y cerrar la puerta.

Abrí las ventanas y pasé a la terraza. Un paisaje costero con barcos y gaviotas me iba a acompañar todas mis mañanas, a partir de ahora. La habitación era grande, tenía de todo, y tenía mi color preferido azul turquesa en la mayoría de detalles. Yo seguía admirando mi habitación cuando el teléfono sonó.

- Sophie Briand, al teléfono.

- Señorita Briand, han llamado sus padres dejándonos una pregunta en recepción.

- ¿De qué pregunta se trata?

- La leo tal cual ellos la dejaron:《Hija, ¿no crees que no es necesario que trabajes? Somos ricos, tienes la vida resuelta》

- Diles que soy felíz haciendo lo que hago y lo que haré a partir de ahora. Gracias por comunicárselo.

- De acuerdo. Suerte con sus futuras clases de ballet. Si quiere ver donde trabajará a partir de ahora, no tiene más que mirar en el mapa que le hemos dejado encima de la mesilla.

- Gracias.- colgué.

Observé el mapa durante un segundo cuando vi que el polideportivo estaba en la planta de abajo y que tenía que acceder a él desde fuera. Decidí bajar por las escaleras, y comencé a fijarme en la gente, todos eran ricos y un poco repelentes, excepto una muchacha con un vestido azul y otra montada en unos patines. Llegué al polideportivo, y me encontré con un chaval alto, de cuerpo esculpido, de piel blanca y pelo marrón café fumando en la puerta.

- Perdón, ¿das clases aquí?

- ¿No está claro?- se señaló la ropa.

- Ah, no sé, pensaba que el hecho de llevar la camisa abierta era parte de tu plan para ligar con chicas.

- Eso solo lo hago para enseñar tableta, las chicas llegan y luego se van.

- No tienes pinta de mala persona, no entiendo porque se van. Lo único que da mala espina es tu cicatriz en el pecho.

- No sé ni que hago hablando con una pija como tú, que si, que estas buena, pero te irás como todas. Déjame, que tengo que volver al trabajo.

- Estoy segura que acabaremos llevándonos bien.

- ¿A qué venías aquí?

- Este va a ser mi trabajo a partir de mañana, daré clases de ballet.

- Espera que me rio.- soltó una falsa carcajada.- ¿Ballet? ¿No había otra cosa? Que típico... En cambio, yo soy entrenador de boxeo.

- Ahora me dirás que te parece cursi y que tu deporte no es típico en chicos como tú.

- Si, me lo parece. ¡¿Tienes algún problema?!- se me acercó alzando su puño de forma amenazante.

- Uy parece que el malote se va a enfadar...- le empecé a pasar mi mano por su mejilla derecha.

- Em... Joder, has conseguido que se me caiga el cigarro al suelo.- dijo buscando una escusa, al hecho de que estuviese rojo como un tomate.

- Bueno, con cigarro o no, toma mi número. Acabaremos llevándonos bien.- le di el papel con mi número y me fui con mis tacones por el jardín recién regado.

- Adiós, bailarina. ¡Cuidado no te resbales!- dijo vacilando.

Llegué al hall de nuevo y nada más pisar la alfombra. Una persona me arrolló.

- ¡¡Ay!! ¡Ve con más cuidado!

- Perdón, perdón, perdón.- dijo apurada porque todo el mundo la estaba mirando.

- Eres la chica de los patines...

- Si, lo siento. Soy nueva, y no sabía que ahí tenía un obstáculo en forma de alfombra.

- Tienes suerte de no haberte chocado con algún viejo, rico y pijo que hay por aquí.- susurré mientras me levantaba.

- Gracias por perdonarme, pensé que no había gente amable y comprensiva por aquí.

- Pues debes de haberte chocado con la única.- sonreí.

- Sí, soy Marta, un placer. Espero verla pronto por el restaruante. Ahora me voy, que tengo prisa.

- Encantada Marta. Nos vemos.

Volví a mi suite con algún desperfecto que otro, pero por fin estaba agusto. Me fui al baño, el cual no había visto todavía y me pareció que era muy espacioso, eso o que tenía un ventanal bastante grande para que entrara luz. Vi los jabones y las sales de baño, y sin pensarlo dos veces me metí en la bañera/jacuzzi. Estuve un buen rato relajandome y mentalizandome de que mañana iba a comenzar a trabajar en una de mis grandes pasiones. Acabé de bañarme, y sin darme cuenta ya estaba atardeciendo y yo no había comido. Supongo que entre nervios, ligoteos y golpes, no he tenido tiempo de pensar en hambre. Me vestí con ropa para estar cómoda y me fui a la terraza a ver como el sol se escondía y daba paso a la luna. Ahora solo tenía que pasar la noche esperando la llamada del instructor de boxeo.









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