La habitación de las lágrimas - Capítulo I (1)

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I

            Negros los ojos que vislumbran la exasperante avaricia y experimentan el odio que aparece camuflado de amor. Cuando los sentimientos pierden su pureza y se transforman en perversos y acaparadores, la voluntad se quebranta y la avidez de vivir… desaparece.

*

Con la cara pálida, testigo de haber sufrido el dolor de alumbrar, Eva acariciaba a su hijo mientras él chupaba con fuerza la leche de sus pechos. A ella le dolía, pero no le importaba. Un brillo especial acompañó el sufrimiento, y la finísima línea que separa el padecimiento de la satisfacción había desaparecido, dejando a la vista como el precioso milagro había acaparado toda la atención de la madre. El pelo, liso y dorado, le recorría las mejillas, se deslizaba sobre sus hombros, y la acababa hasta su cintura, posándose revuelto en su espalda; su mirada, azul y profunda, obviaba cualquier objeto o visitante para concentrarse en las diminutas manos de su hijo que se agarraba las suyas con una fuerza tiernamente descomunal; su rostro de porcelana, espejo de primaveras por venir, deslumbraba de felicidad. Ser madre era lo que más había deseado.

Ni las noches interrumpidas, ni la intimidad invadida, ni la tranquilidad perturbada. Nada mermaba el amor hacia su hijo. Por las mañanas se levantaba con una sonrisa que convertía los días de lluvia en momentos de placida reflexión, a media mañana bailaba descalza, a medio día cantaba mientras preparaba la comida, y por las noches, antes de acurrucar al bebé con su mantita de ositos marrones y flores variopintas, le canturreaba un cuento de hadas, de soldaditos de plomo, o de principescas ranas. Él era su primer y último pensamiento.

El vaivén de las cosas y de la gente, pasaban desapercibidas para Eva. Los relojes recorrían con sus manillares la superficie numerada, una y otra vez, sin afectar los pensamientos de amor de la madre. La casa se encontraba en perfectas condiciones, las comidas eran exquisitas, ella ejercía de anfitriona perfecta, como siempre, pero en realidad nunca se encontraba donde su cuerpo, ella estaba al lado de su hijo. De su vida.

Los cuadros que narraban su pasado, colgaban por las paredes y mostraban a una mujer feliz, aunque no completa. Las ventanas estaban abiertas de par en par, para que el aire fresco, junto con las buenas sensaciones y augurios de una vivencia feliz, impregnaran en ambiente, refrescasen los sentimientos y colmasen de un futuro prometedor a la familia. Y justo en el centro del marco de esa familia, Fernando, el hombre de la casa, aparecía siempre al lado de su mujer e hijo, mostrándose orgulloso y dispuesto a hacer cualquier cosa por ellos.

Y no os perdáis la nueva saga “El juicio de los espejos” la primera parte se titula “Las lágrimas de Dios” Una aventura, con toques de ficción y fantasía, que transcurre en varios lugares de la Tierra, y también nos guía a través de batallas históricas y acontecimientos singulares. Próximamente encontraréis más información sobre ella y las presentaciones en mi página WEB: www.alexandercopperwhite.com

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La habitación de las lágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora