La habitación de las lágrimas - Capítulo VII (7)

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VII

Las noches transcurrían plácidamente, sin ningún sobresalto o molestia.  El helor de la casa se combatía con tan sólo subir unos grados la calefacción central; los invitados iban por la mañana, dejaban regalos y buenos augurios, y se marchaban por la tarde; y Fernando observaba con ojos tartamudos a los nuevos inquilinos.

Eva, con la frente cubierta de pelos gelatinosos y aireados, apartó la mirada de su bebé por primera vez en años y se dirigió hacia su marido. Su rostro parpadeaba. Había vuelto a sentir algo espantoso. Recordó la mañana que se despertó y vio a su hijo con el cuello roto, babeando sus últimos jugos de vida sobre la almohada de cochecitos verdes y globos naranjas; recordó que su corazón se convirtió en cristales de sangre que la desgarraron por dentro, y murió. El extraño merodeaba por la casa y ella deseaba vengarse.

En una esquina del salón, justo al lado de una de las ventanas, la joven pareja había colocado una estantería metálica con lejas de cristal, y en ella habían ordenado más de una veintena de cuadros y estatuillas con fotos suyas y de sus seres queridos. Marcos de madera y de bronce, de porcelana y de estaño, que desvelaban abrazos furtivos y sonrisas descomunales. La historia de una vida. Otra vida. Eva se detuvo frente a los recuerdos imprimidos y se tocó el rostro; estaba llorando de una manera misteriosa y perversa, casi imposible de creer. Vislumbró en las paredes los repintados huecos donde antes colgaban los cuadros de ella y escrutó con sus desgastadas yemas de los dedos la superficie del mueble donde antes tenía un espejo. ¡Estoy muerta! –Gritó horrorizada-.

- ¡Aaaa! Tranquila cariño… tranquila.

- ¿Qué pasa? –Preguntó Marcos-.

- La niña; que está revolucionada. Me ha dado una parada que me ha despejado las ideas.

- Jaja. Va a ser peleona como su madre.

- No. –Añadió Carmen riéndose-. Va a ser metomentodo como su padre.

Fernando sintió nauseas. Las risas de los intrusos le perforaban los oídos como si de un chiflido de perro se tratase. Se quedó frente a Carmen y Marcos e intentó hacerles callar gritándoles. Un grito vacío y sin sentido. Al entender que no podía hacer nada, se apretó con fuerza la cabeza y la agitó compulsivamente hasta que casi se la arranca.

La pareja había dejado de reírse.

La niña en el vientre de Carmen sabía que algo andaba mal.

Fernando fijó su odiosa mirada sobre ellos; con esos ojos oscuros como el alquitrán; igualitos que los de su hijo, igualitos que los del extraño… Perturbados.

Y no os perdáis la nueva saga “El juicio de los espejos” la primera parte se titula “Las lágrimas de Dios” Una aventura, con toques de ficción y fantasía, que transcurre en varios lugares de la Tierra, y también nos guía a través de batallas históricas y acontecimientos singulares. Próximamente encontraréis más información sobre ella y las presentaciones en mi página WEB: www.alexandercopperwhite.com

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