La habitación de las lágrimas - Capítulo II (2)

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II

Sombras de incertidumbre y un olor a asco y repugnancia. El sentimiento de culpabilidad recorría el cuerpo del extraño que observaba al bebé que dormitaba en su cuna, ajeno a todo lo mundano. Sus manos se cerraban lentamente conforme disfrutaba del sueño; de vez en cuando sus ojos parecían abrirse e instantáneamente se cerraban, volviendo a dormirse. Descansaba. El extraño lo miraba con cierta religiosidad perversa; rezaba un nombre falso con asiduidad aunque por alguna extraña razón, el eco de sus palabras no despertaba a la madre.

- Como no cambie la situación, muy pronto dormirás para siempre- Susurró el extraño-.

Sus ojos, negros como el azabache, no sentían piedad; sus manos, suaves y peligrosas, deseaban sentir el tacto del bebé; sus labios, rojos y carnosos; se movían sin sentido, esclavos del enfermizo nerviosismo; su corazón, se ahogaba en la envidia.

El marco de la puerta de la habitación del bebé, adornado con tallados de barquitos con velas y triciclos con cestita incluida, llamaba la atención. Era como una barrera que controlaba los pensamientos de los mayores, donde todos los problemas debían permanecer fuera para no alterar el sueño del neonato. Aunque las bisagras de la puerta chirriaban un poco al abrir, el resto de sonidos que acompañaban el ambiente al entrar en aquél “santuario”, eran las nanas de Eva, la música de las cajas de juguete con bailarinas y aviones, el reloj de mesa que imponía un ritmo periódico y apaciguador, y la voz cantarina del bebé. Tranquilo mi niño que yo estoy aquí. –Repetía Eva con ternura-.

El mundo de fuera y el mundo de aquella habitación, no debían juntarse jamás. El extraño se relamía y maldecía aquella barrera invisible que le impedía poseer lo que más deseaba en el mundo. A Eva. Para él ella era un objeto demasiado preciado, demasiado raro para tener que compartirlo con el resto de los mortales. Ella era un ángel que había descendido del cielo para proporcionarle placer. A él y sólo a él. Aunque ella aún no lo sabía. El pervertido ladeaba la cabeza con suavidad de un lado a otro, como si sus pensamientos le pesaran y no fuese capaz de sostenerlos sin tensar en musculo del cuello. Eso le irritaba aún más. Un incesante y nauseabundo mareo le impedía andar con firmeza. Se había convertido en un hombre torpe, angustiado y miserable. Como no te calles te mataré. –Decía para sí mismo-.

Entonces, Fernando regresó, colgó su chaqueta en el perchero que se encontraba en la entrada y cruzó la puerta de la habitación. El extraño se alejó y siguió con sus quehaceres para que nadie pudiera sospechar de él. Intentó disimular sus pensamientos, y lo consiguió. Se mordió el labio superior, engarrotó las manos dentro de los bolsillos, se dibujó una bonita sonrisa en la cara y se escondió en un rincón sórdido y oscuro.

Y no os perdáis la nueva saga “El juicio de los espejos” la primera parte se titula “Las lágrimas de Dios” Una aventura, con toques de ficción y fantasía, que transcurre en varios lugares de la Tierra, y también nos guía a través de batallas históricas y acontecimientos singulares. Próximamente encontraréis más información sobre ella y las presentaciones en mi página WEB: www.alexandercopperwhite.com

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