Capítulo 3.

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Me duele la cabeza, de una forma terrible. Punzante, como si me fuera a explotar.
Estoy en la recámara de Sergio, pero él no está. Quisiera gritarle, pero siento el estómago revuelto y la garganta seca.
Intento bajar de la cama, pero me caigo. Sergio entra dando gritos.
-¡YA DESPERTÓ!
Inmediatamente le pido que se calle. La cabeza me comienzs a doler aún más.
-¿Está crudito mi amiguito?-dice Sergio en un susurro, para luego comenzar a reír estruendosamente.
Sale del cuarto un momento y regresa con una botella de agua, un vaso de Gaytorade y una pastilla.
Tomo el agua como si acabara de llegar del desierto, y aún me siento sediento.
Bajamos a desayunar. Sus padres ya habían ido a trabajar, por lo que estábamos sólos.
Mi amigo me tiene preparado un plato de chilaquiles demasiado picosos.
-Es por tu bien-dice riendo cada vez que me acerca algo para aliviarme la supuesta cruda.
-¿Qué pasó ayer?
Recuerdo haber llegado con él por unas cervezas, pero no recuerdo qué pasó después de la cuarta.
-Pues, tomaste como 6 cervezas. Después pediste Vodka. Nos fuimos cuando dijiste que tenías ganas de vomitar.
-¿Sólo tomé y ya?
-Sí, pero estuvo bien.
Me siento mal conmigo mismo. Entiendo que las ganas de olvidar que Zoé se fue me hayan superado, pero tomar hasta morir siempre me ha parecido deprimente.
La idea de tener que recurrir al alcohol para olvidar y superar me parece triste y patética.
Me siento enojado conmigo, y tambié con Zoé.
No, no, no. A ver, Mateo. El que decidió tomar hasta no acordarse de nada fuiste tú, Zoé no llegó con 6 cervezas para obligarte con una pistola a que te las tragaras todas.
Yo fui quien decidió ponerse ebrio, soy el culpable.
Dejo de pensar, porque la cabeza comienza a dolerme de nuevo.
-Ahorita que acabes, te metes a bañar. Después te llevo a tu casa, ¿o qué quieres hacer después?
Me quedo pensando un rato. No quiero enfrentarme a mi mamá, y explicarle qué hice con Sergio, o peor aún explicarle el porqué.
Se sentiría mal, como una mala madre que no pudo evitar que a su hijo le rompieran el corazón; y por mucho que quisiera exolicarle, ella siempre seguiría culpándose, hasta que encuentre a alguien más. Porque, si llego a encontrarme de nuevo a Zoé, mi mamá dirá que sigo teniendo el corazón roto.
-¿Mateo?
Sergio me mira preocupado, nervioso.
-Vamos a mi casa a comer, y de ahí vamos a... no lo sé... ¿ver una película?
Mi amigo asiente.
-Entonces acaba rápido; que ya es la 1:30.

En cuanto acabo de desayunar, me meto a bañar.
Qué diferencia al baño de ayer.
Hoy me baño lento, sintiendo cada gota de agua resbalar por mi cuerpo.
Mientras lavo mi cabello, recuerdo cuánto le gustaba a Zoé.
Sus dedos lo acariciaban con dulzura.
Un día, mientras veíamos una película en el local de su amigo Pedro, ella se recargó en mi hombro, y torció su brazo hasta alcanzar mi cabello. Estuvo así durante toda la función.
Al salir, me dijo que tenía el brazo adormecido.
-Valió la pena-dijo mientras lo agitaba para  "despertarlo".-Me relaja acariciar tu cabello. Es como un conejito.
La miré extrañado, y luego comencé a reír. Solía hacer caras extrañas cuando hablaba de algo que le causaba ternura.
Caminábamos por las calles del centro, un poco apurados, aunque no sabíamos porqué. De vez en cuando volteaba a verme y sonreía sin motivo.
-Estás muy guapo-decía-¡Qué suerte la mía de tenerte!
-Ya sé-contesté-también eres linda.
Rodó los ojos y continuó con la mirada al frente. Reía de vez en cuando, y se paraba al ver algo que le parecía importante o raro.
Una hoja, una basurita, algún papelito.
Estábamos así, caminando sin rumbo y empezó a llover.
Fuerte, de un momento a otro.
Corrimos. Yo buscaba un lugar en el cual refugiarnos, y ella sólo me seguía.
-Nos vamos a emparar-grité, desesperado.
-¿No es eso lo que estamos buscando?
La miré, y ella comenzó a reír.
-Es sólo lluvia, Mateo.
Nos paramos un rato ahí, en medio de la banqueta. Dejamos que la lluvia nos mojara un rato, y después coninuamos caminando.
Todos corrían a nuestro alrededor, y nosotros caminábamos como lo hacíamos media hora antes. Al llegar a la parada del autobus, el camionero (que por alguna extraña y misteriosa razón conocía a Zoé) rió con ganas al vernos, y nos animó a pasar. El camión, sorpresivamente, venía prácticamente vacío. Sólo estábamos nosotros, el conductor y tres personas más.
-Traen audífonos-dijo Zoé de pronto.- Look in front of you...
La miré, algo asustado, pero ella sólo sonrio.
-Está bien, una que te guste-dijo-I won’t keep watching you dance around in your smoke and flicker out.
Sonreí, animado. Aclaré mi garganta y comencé.

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