El trato

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– ¿Por qué tardaron tanto? ¿Y qué mierda le pasó a su rostro? –. El hombre de traje miró molesto al policía.

– Bueno... Tuvimos unos... –me miró con una pequeña sonrisa de lado en el rostro– problemas.

Mi padre me agarró las manos con fuerza. Lágrimas resbalaban por sus ojos. Jamás lo había visto llorar y aquello me rompió el corazón.

– Sabes que no me gustan golpeadas, Arturo. –el hombre de traje miraba con ira al policía.

– Lo sé, señor... –bajó la mirada. En cierto punto era ridículo que un hombre tan alto y musculoso como él le tuviera miedo al de traje–. No volverá a pasar, señor.

– Como sea –tronó la boca y dirigió su atención a mi padre–. Señor Chávez... –llevó sus ojos a los míos–. Señorita Chávez... –recorrió mi cuerpo con la mirada lo que me hizo moverme incómoda en mi asiento y apretar más las manos de mi padre–. Quiero ofrecerles un trato.

– ¡No vamos a aceptar ningún trato de usted! –. Gruñó mi padre poniéndose de pie. Varios guardias sacaron sus armas y las apuntaron directo a la cabeza de mi padre.

– No creo que esté en posición de ponerse a la defensiva, señor Chávez, –dijo el hombre con voz extremadamente calmada– y menos si le ofrezco salvarle la vida a su hija.

– ¿A qué se refiere? –. Mi padre se sentó de nuevo lentamente.

– El trato (si lo acepta) es que su hija se quede aquí conmigo o...

– De ninguna manera. –mi padre lo interrumpió.

– O ella muere. –el hombre de traje continuó como si no hubiera pasado nada.

– ¿Qué? –. Exclamamos los dos al unísono.

– Ella –me señaló con la cabeza sin mirarme– se queda conmigo o mis hombres la matan aquí y ahora. Usted lo observará todo, le haremos exactamente lo que le hicimos a su mujer, incluso podría dejar que la torturaran un poco para que mis hombres se diviertan. –abrió los brazos señalando a sus guaruras los cuales rieron por lo bajo.

Mi padre me miró como preguntándome. Negué con la cabeza rápidamente.

– No lo estás considerando, ¿o sí? –. Pregunté horrorizada.

– Si no aceptamos te matarán...

– ¡Y si aceptamos me harán Dios sabe qué!

– Perdí a tu mamá... No podría soportar perderte a... a ti también... –volteó a ver al hombre de traje–. ¿Podría venir a verla?

– ¿Estás demente? –. Grité furiosa poniéndome de pie. Esta vez los guardias sólo se pusieron a la defensiva pero ningún arma me apuntó.

– Lo siento, señor Chávez, pero eso no será posible –el hombre de traje volvió a hablar como si yo no hubiese dicho nada.

– ¿Y cómo sabré que está... –bien– viva?

– Eso no será un inconveniente, se lo haré saber cada cierto tiempo. –mi padre asintió lentamente.

– ¡Papá! ¿Cómo puedes...?

– ¿Tenemos un trato? –. El hombre se puso de pie y estiró la mano hacia mi padre.

– ¡No! ¡En definitiva no tenemos un trato! –. Grité yo.

Mi padre también se puso de pie y estrechó la mano de aquel extraño.

– ¡No!

– Señor Chávez, ¿debo recordarle que no puede confiar en la policía? –miró al hombre que me había traído, papá negó con la cabeza–. Y si intenta algo su hija muere –mi padre asintió–. Llévensela. –ordenó el hombre de traje. El policía que me había traído me tomó por los brazos.

– ¡No! –patalee golpeando el escritorio que estaba entre mi padre y el hombre de traje– ¡Papá! ¡No!

El policía me aventó a una gran cama y se sentó sobre mí atando mis muñecas con una cadena.

El policía me aventó a una gran cama y se sentó sobre mí atando mis muñecas con una cadena

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