Recuerdos de Kydara

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Nirali y Deval habían terminado por volver a la muralla sur

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Nirali y Deval habían terminado por volver a la muralla sur. Era la sexta noche del intento de invasión a Bunhal. Hacía casi una semana que la ciudad resistía a los ataques del rey traidor a su propia sangre, Savir, mientras los ciudadanos sobrenaturales desaparecían, sin una explicación lógica. Habían pasado dos días desde el momento en que los portales a las dimensiones superiores elementales se habían cerrado. Con ellos, todo poder mágico había desaparecido, cambiando las reglas de aquella batalla. Esa mañana, también, se habían cumplido dos días desde que Aruni se había marchado. Y Sarwan era el único que seguía esperando su regreso.

«No puedo creer que haya sido tan poco tiempo. Siento como si hubiera estado semanas enteras aquí» reflexionó Nirali, mientras ayudaba a cargar las enormes ollas con agua hirviendo que irían a parar sobre los que se acercaban ya al pie del muro. Sabía que el propio alcalde de Bunhal estaba haciendo maniobras para evitar la invasión subterránea de la ciudad, por medio de túneles que contrarrestaban los que ya estaban construyendo los enemigos. Durante la tarde se había sentido la vibración de los derrumbes, ocasionados por la poca magia que todavía usaban algunos elementales puros en la defensa de la ciudad.

En realidad, quedaban muy pocos sobrenaturales en Bunhal. La mayoría se había desvanecido de manera sospechosa. Y, a Nirali, los rumores que corrían con ansiedad entre los soldados le sonaron conocidos. Se parecían a la discusión de sus dos compañeros de viaje y el incidente con Aruni en el desierto, diez años atrás. La joven había preferido no preguntar demasiado; pero, cuando se trataba de la curiosidad, nunca había forma de saber cuándo era «demasiado».

La cortina hirviente fue arrojada sobre los soldados invasores y los aullidos de dolor obligaron a la muchacha a centrar sus pensamientos en otra parte. No estaba resultando fácil.

«Dioses. Esto es por el bien de los bunhalenses. No estamos actuando peor que ellos. Dioses. Voy a vomitar».

—¿Estás bien? —preguntó Deval, por encima del ruido y las órdenes a gritos de los más experimentados—. ¡Te ves pálida!

—¡Sí, no es nada! —mintió ella, a la vez que ayudaba a llenar el recipiente vacío otra vez. Sin magia, las cosas costaban el doble.

«A pesar de las peleas, los dos parecen de acuerdo en negarse a creer que Anjay haya vuelto de las cenizas para seguir a Savir hasta aquí. No entiendo cómo son tan ciegos. Lo que está pasando es suficiente para darle al fantasma del mago maldito el beneficio de la duda».

Ahora, Deval no se despegaba de su lado. Sarwan seguía en la muralla del sector este, mientras Nimai y sus soldados alados combatían en el oeste, sobre el puerto. El norte, por suerte, tenía la garantía de ser inaccesible por formar parte de la frontera de Suryanis. Savir no podía permitirse entrar en ese conflicto. Todavía. Y Nimai había preferido mantener al reino vecino fuera del asunto, por temor a iniciar otra guerra devastadora para los daranienses.

El joven les había explicado, en sus primeras reuniones, que pretendía acceder al trono y reinar en paz, no recoger los restos de un pueblo golpeado por el hambre y la violencia. Pero Suryanis estaba observando con atención. Era obvio que tampoco estaban dispuestos a aceptar semejante avance por parte del reino rival. Si Bunhal no podía con Savir, entonces Suryanis vendría con sus ejércitos y el continente entero quedaría bañado de sangre. El tiempo se acababa. Si es que no estaban perdidos ya y nadie era capaz de admitirlo.

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