— ¿Qué haces aquí?
La voz del chico la sobresalta. Se remueve en el asiento y abre los ojos para encontrarle con el rostro girado hacia ella. Un moratón cubre su ojo izquierdo y se extiende por el pómulo. Pero esa debe ser la menor de sus preocupaciones.
— Tenía que venir a ver si...
Ya no hay divinidad. No hay ese aura que el rubio transmitía antes. Ahora solo es un juguete roto olvidado en una camilla. Tal vez los médicos consigan arreglarlo por fuera... Pero jamás podrían recolocar todo lo que se ha caído dentro. Desde dónde está, ve que sus ojos brillan más de la cuenta. Luego se da cuenta de que se debe a que están anegados de lágrimas.
— Es culpa tuya. - Adivina en sus facciones que cada palabra le supone un suplicio. - ¿Cómo te atreves... Cómo tienes el coraje para aparecer? - Su boca escupe puñales afilados. - Mírame. Mira a Alice. No puedes verla, porque ya no está. Ha muerto. ¡Ha muerto por tu puta culpa!
— Yo no hice nada. Solo tenía que salir un momento. Me sentía... - No tan abrumada como en ese momento, desde luego.
— Le abandonaste. Le dejaste atrás. ¿También fuiste tú quien dio el chivatazo? No le mereces. Y no dejaré que lo eches a perder. Cuidaré de él. Ojalá... - Traga saliva sin apartar la ardiente mirada de ella. - Ojalá hubieras muerto anoche. Ojalá Alice siguiera aquí. Tenía tanto por delante... Ella...
Entonces no puede más. El chico se derrumba y se tapa la cara con las manos -atravesadas por tubos pintados de rojo carmesí en su interior-, sollozando como solo alguien que lo hace desde el corazón puede hacerlo. Sabe porqué se tapa. No quiere que le vea llorar. Es su enemiga. El cuerpo recostado tiembla bajo las sábanas. Movida por sus sentimientos, se levanta. Ya no le queda llanto que compartir con él.
— Lo siento.
Demasiado bajo, demasiado temerosa. Nadie la oye. Abandona la habitación tan silenciosamente como entró. Es una máquina, sin más. La figura que atraviesa los pasillos rumbo hacia el ascensor es una autómata desprovista de toda conciencia y humanidad. Las enfermeras pasan a su lado atareadas, tanto como para no reparar en la chica de aspecto similar a la que sale en las noticias. Sabe que no llegará al ascensor, de modo que se deja caer sobre la puerta del baño y se adentra en el pequeño refugio que este le brinda.
Le cuesta reconocer el reflejo brindado por el espejo. Su pulgar pasa por la mejilla de la chica del otro lado. Vacía. No le mereces. Tendría que alegrarse; está vivo. Pero ni eso es capaz de producirle el más mínimo placer. Cierra la mano sobre el reclamo y se lo arranca del cuello. Ya no significa nada. Y nada siente cuando lo lanza contra el otro lado del baño. La chaqueta prestada sigue el mismo camino.
Nada. Pero sabe algo. Sabe qué ha de hacer.
Al salir del baño hay más revuelo del habitual. La puerta de la habitación del chico está abierta y entra y sale gente ataviada con trajes blancos casi a la carrera. Uno de ellos lleva una mesilla metálica cubierta de jeringuillas y frascos. El chico grita. Oye voces. "Cálmate. Es demasiado pronto." "Pronto volverás a hacerlo. Necesitas tiempo."
Pasa de largo. Toma el ascensor y sale del hospital. El escenario en el que bailaba ha cerrado el telón. La función ha terminado. Es hora de volver a casa. Los dedos buscan dentro del bolsillo del pantalón hasta dar con un par de monedas. Delante de un bar en el que se celebra un cumpleaños hay una cabina de teléfono solitaria. Alguien se ha dejado la puerta abierta y la nieve ha formado una alfombra en su interior. Coge el teléfono. Mete las monedas. Llama. Responden con algo parecido a: "¿Cuál es su emergencia?"
— Me rindo. Mi parte acaba aquí. No puedo más...
— ¿Dónde se encuentra, señorita? ¿Hay alguien con usted?
— Necesito una patrulla. Soy la chica de las noticias. Quiero entregarme. Frente al...
— Estaremos allí en diez minutos. Por favor, no se mueva.
Obedece y cumplen su parte. Tras el lapso de tiempo prometido ya se encuentra en el asiento trasero de un vehículo custodiado por dos hombres. Las manos esposadas a la espalda. Ese trozo de metal es el punto final de su historia. Se acabó.
— ¿Lo ves, Mike? Te dije que los pillaríamos.
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Our Last Journey
Short Story> - Sleeping at Last. Dos adolescentes, una carretera, una vida que dejar atrás y otra que descubrir sobre la marcha. Amor, libertad, sueños... ¿Serán capaces de conocer su significado cuando la policía de todo un país les pisa los pies? ¿Cuando tod...