9

15 2 0
                                    

Nudillos chocando en la puerta, rayos del sol colándose por la ventana hasta rociar su tez de luz son señales de que es hora de despertar. Sabe que hacerse la dormida no servirá de nada. Llaman a la puerta por pura cortesía. Un intento de mantener las formas pese a la que se les ha venido encima. La voz aterciopelada de su madre se deja oír al otro lado.

— Sé que estás despierta. Vamos, levanta. Ha venido alguien. Quiere hablar contigo.

Luego se va. Queda un día. Únicamente la aguja de la curiosidad profundizando sobre la razón obliga a la chica a incorporarse con pesadez. La ropa interior se oculta bajo una camisa que le queda demasiado grande. Una camisa que no es suya. Es como si también ocupase un cuerpo ajeno; una vida que le ha sido prestada. Ahora tiene que pagar los intereses. Y no le está permitido retrasarse o dejar cuentas a medias. Como si cierta etapa de su vida estuviera a punto de terminar...

Tras ponerse unos pantalones de pijama -no se molesta en peinarse- sale al corredor hasta llegar a la escalera que desciende hasta la sala principal de la casa. Sus dedos corren sobre la barandilla de caoba a la vez que sus ojos topan con los invitados. Oh Dios, no... Una mujer acompañada de un chico que no hace más de tres días ha alcanzado los diez años. Ambos la miran. Tiene que ahogar una carcajada al ver su patético intento por parecer alguien decente. Ella es alta, delgada. Hace tiempo que cruzó los cuarenta. Si le subiera una manga vería un montón de esas "picaduras de avispa totalmente accidentales" en los brazos. Pero lleva manga larga. Verónica y James. No sé dónde estás, cielo. Pero me gustaría ver tu cara sabiendo que tengo delante a tu madre y a tu hermano. Que se ha atrevido a venir a casa.

Pagaría millones por poder darse la vuelta y volver a la cama sin represalias de ningún tipo. Ya no huyes. Ahora ya no. Ahora luchas. Y sabe que lo que le espera en el foso que presenta el salón será una batalla digna de ser llevada al Coliseo.

— Vaya. Has crecido desde la última vez que te vi... - Es el saludo de Verónica una vez la tiene suficientemente cerca. Su madre permanece a un lado, expectante.

Se limita a sonreír y agacharse al pequeño que corre a sus brazos. Por como huele puede asegurar que no ha podido bañarse en más de un par de días. No obstante, le revuelve el pelo y le mantiene contra sí. El amor no entiende de higiene y su corazón solo huele el cariño emanando de la criatura.

— ¿Cómo estás, pequeñín? - No puede evitar que las lágrimas se agolpen en sus ojos.

— Ya no soy pequeño. He hecho diez años. ¡Diez! - Dice con la alegría de un crío que nunca ha tenido nada mientras levanta los dedos de ambas manos. - Pronto seré mayor como tú y... - La mano de Verónica sobre su hombro le hace retroceder. Le hace callar.

— ¿Dónde está?

Directa y a la yugular. Verónica rara vez se anda con rodeos, su paciencia es un caballo desbocado que nunca tarda en perder los estribos.

— No lo sé. - Recibe un suspiro por parte de la mujer.

— Oye... Mira, me da igual lo que haya hecho, solo quiero que vuelva, ¿Entiendes? - Ante el silencio, la fachada de calma estalla para dar paso al enfado. - ¡Vamos, habla de una maldita vez!

— Ni aunque lo supiera te lo diría. - La cara de Verónica se deforma de impotencia. - Pero da igual. Probablemente no sepa ni quien eres.

— ¡Soy su madre!

— ¡No eres nada! - La ira y las lágrimas brotan ya sin control. El ácido quema en su garganta al embadurnar las palabras recién salidas de su alma. - No eres nada.

Verónica recorta distancias y se acerca un par de pasos a la chica mientras James retrocede asustado. Su boca se abre.

— Crees saberlo todo. Crees que él te quiere y por eso le proteges. Pero no tienes ni idea. No estabas ahí. Yo estuve desde el...

Our Last JourneyWhere stories live. Discover now