Capítulo 1

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—Escuchen muchachos, este año será el más difícil —empezó a decir el profesor que será nuestro nuevo tutor, profe Pablo— porque como sabrán, el próximo año estarán ya en la universidad.

Siempre dicen lo mismo, creo que solo lo hacen para que los estudiantes nos asustemos, bueno a excepción de lo de la Universidad. Espero que este año sea uno bueno, no quiero salir del colegio con malos recuerdos. Ahora según el horario, tenemos clase de Matemáticas, y sí, tenemos esta bendita clase a la primera hora del día. La odio como los perros odian a los gatos —tonto, no todos los perros odian a los gatos— me reprendí mentalmente. Estaba tan absorto en mis pensamientos, que no me di cuenta que mi celular empezó a sonar, distrayendo a toda la clase y dándome a conocer que recibí un mensaje. Rápidamente y tratando de no ser descubierto lo deslicé entre el hueco de mis piernas en mi asiento para que se amortigüe el sonido —o eso espero—.

— ¿De quién es ese celular? —preguntó profe Pablo.

— Ni idea profe —dijo negando Kaya, mi mejor amiga. Ella regresó a verme mientras le diqué una mirada de infinito agradecimiento mientras ella me guiñaba el ojo derecho. Traté de hacerme el que buscaba el sonido del celular, como para disimular un poco.

Después de que la cosa se tranquilizara un poco, revisé mi celular. Como estaba casi al final de la fila, no se nota tanto. Era un mensaje de Pete, mi novio.

Hola Chris.

Sé que tal vez estés en clase, pero te escribo para que sepas que hoy tendré la función de la que te hable.

Te la recuerdo porque se cómo te olvidas a veces las cosas.

Hola guapo.

Sí que la recuerdo, y haré todo lo posible para poder ir.

¿Tendré reservado el asiento de siempre?

Sí, ya lo he reservado. Espero que vengas.

Ahora ve y estudia pequeñajo.

Te quiero mucho

¡Qué no soy pequeñajo!

Vale, en la noche te veo.

Yo también te quiero mucho.

No lo creo, son las ocho de la mañana y ya tengo planes para más tarde. Si sigo así, terminaré casado en dos meses. Ahora, esperaré a la tarde a ver al mejor acróbata del mundo, que los profes se porten súper y no manden ni un solo deber.

El día pasó volando, ya es hora del almuerzo. Perfecto, no me han mandado ni un solo deber. Fui a la cafetería, tomé mi bandeja y las señoras de la comida la rellenaron con una sopa de pollo, carne con papas y ensalada, y torta de naranja. Tome agua ya que odio el jugo de frutilla. Pasé caminando por las mesas en las cuales se encontraban muchos grupos, en los cuales se encontraban todo tipo de personas, blancas morenas, con lentes... Había una gran cantidad de personas. Esperé y busque con los ojos a mis amigos. Después de medio segundo, los encontré. Estaban en la mesa del fondo.

Cuando llegue, estaban Kaya, Amir, Sam, John y Domenica. Solo faltaba Danny. Me senté y los saludé. La mayoría ya estaban terminando, asique me apuraré para alcanzarlos. Son los únicos que saben que soy gay, aun así, me quieren y respetan. Al cabo de un rato, llegó Danny.

—Hola chicos. —nos saludó, todos le devolvimos el saludo y se nos agrupó.

—Espero que hayas traído lo prometido querido amigo. —le dijo Sam en un tono mafioso.

—Sí, si no lo acribillamos aquí mismo querida Samanta. —dijo Dome siguiéndole el juego a Sam.

— ¡Tranquilas locas! —gritó Danny para luego lanzarles una funda— tomen sus chocolates.

Todos reíamos ante esta escena. Estos chicos son los mejores. Divisé el grupo de Samira acercándose peligrosamente, sabía que esto estaba muy bueno para ser verdad. Pasaron muy cerca de nosotros para que escucháramos una parte de su conversación.

—Ya extrañaba ver a los perdedores de esta mesa. —dijo una Samira en tono elevado.

—Ups, —dijo Karen al ver que las escuché— bueno, de que me arrepiento si es verdad.

—Ya Karen, —dije parándome— por favor déjanos en paz.

— ¿Y qué vas a hacer? —dijo Edward invadiendo mi espacio personal.

—No te atrevas a tocarme —le amenacé directamente— si juegas con fuego te quemarás.

—Tú serás el que sale lastimado —replicó Edward— ¿O no te gusta que te den bien duro maricón?

Quise romperle toda su cara. Estúpido bastardo. Si no hubiera sido porque Amir y Danny me sostuvieron ya estuviera muerto. Y tal vez yo también hubiera estado en la oficina de mi tutor.

—Déjalo Chris, no valen la pena. —Kaya me consoló.

—Vámonos —dije fastidiado saliendo con mi bandeja a depositarla en la entrada de la cocina.

Tomé mi mochila, fui a despedirme de mis amigos, tenía que descansar para esta noche, será una noche muy larga.

—Oye Chris, ¿quieres venir a mi casa para ver Arrow? —preguntó Kaya.

—Aunque la propuesta suene tentadora, ya tengo planes —repliqué mientras salíamos del colegio.

— ¿Qué planes? —preguntó curiosa.

—Iré a ver a Pete —le dije rápidamente.

—Okey —abrió un cierre de su mochila y sacó un sobre cuadrangular— toma, que lo necesitarás.

Me entregó el sobre y salió corriendo como si le siguiera un perro rabioso. Revisé el sobre y casi me atraganto. Un sobre de condones extra grandes. Mañana muere esta mujer.

Caminaba rápido, son como las cuatro de la tarde y la función empieza a las seis. Ya mismo llegaba, dos casas más. Llegué y abrí el portón negro que me separaba de la puerta. Cuando entré por fin a mi casa, mi madre me saludó, estaba en la cocina haciendo no sé qué.

Subí las gradas casi dándome algunos tortazos, cogí un jean negro ajustado con una camiseta blanca con agujeros y ropa interior. Me metí a bañar y lo hice lo más rápido del mundo. Salí de la ducha y me cambie dentro del baño, colocándome desodorante y lavándome los dientes. Deje mi cabello alborotado y mojado, amo esa sensación. Agarré una gabardina negra que tenía en el ropero, tomé mis llaves y un poco de dinero, por si acaso, claro.

— ¡Mamá! Voy al circo ¬—grité bajando las gradas.

¬—Te he dicho muchas veces que no me gusta ese amigo tuyo, pero que voy a hacer. Mejor voy a ver que le paso a María Victoria, espero que se case con José.

Mi mamá y sus novelas. Luego dice que mi hermano es un adicto a la tele. Salí de casa y caminé un poco. Eran las cinco y media. Espero alcanzar. Caminé algunas cuadras más, esperando que un vendito taxi o bus se apareciera. —Nunca están cuando se los necesita— Me dije mentalmente. El sonido del claxon de una camioneta me hizo dar un pequeño brinco. Giré a ver al vidrio de la camioneta mientras este se bajaba, dejando ver al conductor. Cuando terminó de bajar, mi sorpresa fue increíble. — ¿Por qué él era el que tenía que tener dieciocho u poder manejar?

— ¿Qué es lo que quieres ahora Edward?

No caeré otra vez, Cupido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora