Prólogo

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—No deberías haberla traído. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Desde cuándo somos niñeras?

—¿Y qué pretendías que hiciese? La vi caer al agua: iba a morir congelada.

—¿Y qué? ¡Ese es su maldito problema, no el nuestro!

Silencio.

De los cuatro hermanos, dos se mostraban en contra de su decisión: el pequeño y la mediana. Ellos jamás aceptarían un cambio; estaban demasiado aferrados a las viejas costumbres. A veces le sorprendía que fuesen de la misma sangre.

El tercero, sin embargo, se mantenía al margen, callado como de costumbre. De vez en cuando se preguntaba qué le pasaría por la cabeza en momentos como aquellos. Lo más probable era que apoyase a su hermana melliza y a su hermano menor, pero nunca se sabía. De los cuatro, era el más impredecible.

—No sabéis lo que estáis diciendo. Habláis como auténticos neuróticos. ¿Desde cuándo nos comportamos como salvajes? No iba a dejarla morir, no ante mis ojos. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Pasar de largo? ¿Fingir que no la había visto?

—¿Acaso crees que ella lo habría hecho por ti? Maldita sea, cada día eres más estúpido—insistió el pequeño, fuera de sí—. O la sacas tú o la saco yo: decide.

Más silencio.

Volvió a mirar a su tercer hermano, a la espera de un poco de ayuda. Fuera una poderosa ventisca de hielo había vuelto a teñir el paisaje de blanco.

—Aquí nadie va a sacar a nadie a ningún sitio —exclamó con severidad, autoritario, zanjando así la discusión—. Soy el hermano mayor así que en ausencia de nuestro padre yo tomo las decisiones.

—¿Qué tú qué? —El pequeño ya gritaba. Sospechaba que no tardaría demasiado en empezar a golpear todo lo que le rodeaba, por lo que cuanto antes abandonase del salón, mejor—. ¡¡Tú no me das órdenes!! ¡Ni tú ni...!

—Vamos, vamos... —intervino la mujer, apoyando la mano derecha sobre el hombro de su hermano menor—. Calma, no vamos a ponernos a discutir por una estupidez, ¿no os parece? Somos cuatro: lleguemos a un acuerdo. Nosotros estamos a favor de echarla, tú en contra así que él decide... —Se volvió hacia el cuarto, que aún no había roto su silencio—. ¿Tú qué dices? ¿Se queda o se va?

Todos fijaron la vista en el cuarto hermano, el mediano. Él no solía intervenir en aquel tipo de discusiones: les veía insultarse, gritarse e, incluso, empujarse y golpearse, pero nunca interfería. No le gustaba. Además, allí todos eran adultos por lo que su intervención en sus estúpidas peleas no tenía sentido.

A no ser que lo ordenase su padre, claro.

Dejó escapar un suspiro, aburrido. Asistía a tantas discusiones a lo largo del día que resultaba realmente complicado concentrarse con tantos gritos.

—¿Si respondo os callaréis?

Todos asintieron a la vez, ansiosos por saber su decisión. Aunque se considerasen muy distintos entre sí, eran un calco. De hecho, los cuatro lo eran.

—Que decida padre, que para algo vuelve esta noche —finalizó—. Y ahora callaros de una maldita vez: no os lo voy a volver a advertir.

Dama de Invierno - 1era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora