Capítulo 23

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Amaneció un día sin luz, tenebroso y triste. Ana despertó con dolor de cabeza, malhumorada y congestionada, pero con ganas de seguir el viaje. La noche anterior se había quedado dormida sobre la cama donde se había sentado, destapada y con la botella abierta empapándole la ropa y el pelo de licor.

Se dio una ducha de agua fría, pues los calentadores no funcionaban, para quitarse el olor del alcohol y espabilarse un poco, pero no logró vencer al dolor de cabeza ni la congestión. Tal y como temía, no tardaría demasiado en empezar a sufrir los síntomas de lo que parecía ser un constipado. Por suerte, antes de empezar a toser y estornudar, desayunaron e iniciaron la última etapa del viaje.

Si todo iba bien, aquella misma noche alcanzarían el Paso de Mimir.

—Tienes mala cara —le había comentado Veressa en tono confidencial, antes de subir al todoterreno. La máscara respiratoria distorsionaba su voz, pero por el tono era evidente que estaba preocupada—. ¿Te encuentras bien?

—Mejor que nunca. —Había sido su respuesta: clara y concisa.

—¿Por qué no te sientas atrás? —Veressa parecía poco convencida—. Armin está mejor, anoche despertó, ya lo sabes, así que no hace falta que lo vigile. Además, así irás más cómoda. Si quieres puedes tumbarte y dormir un rato.

—No, gracias. Prefiero ir delante.

Las primeras horas de viaje transcurrieron sin demasiados problemas. En varias ocasiones tuvieron que bordear el camino para evitar así toparse con patrullas y grupos de ciudadanos ansiosos por detenerles. Tal y como había sucedido durante las tres últimas jornadas, parecía que el enemigo había logrado localizarles. Por suerte, Orwayn no les daba demasiada opción a intervenir. En los casos en que podía evitar el conflicto, se adentraba en complicadas rutas de montaña hasta dejar atrás al enemigo. En los casos en que el entorno no se lo permitía, el joven no dudaba en parar el todoterreno en mitad de la carretera, desenfundar su pistola y empezar a disparar.

Veressa siempre lo ayudaba. A diferencia de la noche anterior, la mujer se mostraba tranquila y serena. Irónicamente, parecía que únicamente cuando estaba en tensión se sentía realmente a gusto. Y no era la única. Armin y Orwayn, aunque de un modo menos evidente, también se mostraban mucho más a gusto en el campo de batalla con un arma cargada en las manos. Era como si, más que espías e informadores, fueran soldados: bellator preparados para la batalla.

Varios años atrás, Ana había conocido a los miembros de una de las naves de la flota Spectrum: la Valkirie. Al parecer, a las compañías integrantes se les había asignado patrullar una de las rutas comerciales dentro del sistema en la que había habido avistamiento de naves piratas, por lo que, dado que se encontraban cerca de la órbita del planeta, su padre había decidido invitarles a pasar unos días. Y ellos habían aceptado, por supuesto. Todos aceptaban. Durante aquel tiempo Ana había tenido la oportunidad de conocer a varios de ellos en profundidad, y su actitud le recordaba a la de los Dewinter. La necesidad imperiosa de servir en batalla y la obsesión por cumplir las órdenes a rajatabla era algo que había quedado grabado en la memoria de Ana, pues hasta entonces jamás había conocido a nadie tan vehemente como los miembros de la Valkirie, ni creía que volviese a conocerlo. No obstante, era evidente que se equivocaba. Varios años después, volvía a encontrar aquellos valores en alguien, y ese alguien eran los Dewinter.

¿Significaba aquello que aquel era el modo de operar del Reino? Si sus soldados y espías estaban cortados por el mismo patrón, ¿qué se podía esperar de sus gobernantes? ¿Acaso no era de suponer que esperasen a alguien igual de obediente y sumiso que ellos? Aunque no le gustase admitirlo, era innegable que, en el fondo, su padre había entrado dentro de esos cánones... ¿Sería por ello que su hermano había decidido tomar medidas?

Dama de Invierno - 1era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora