Capítulo 9

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A pesar de que hacía ya varias horas que las obras habían cesado, aún podía sentir la vibración y el incesante sonido de los martillazos en cada una de las piedras que componían la hermosa estructura. Únicamente tenía que poner la mano sobre su fría superficie y los sonidos acudían a su mente con gran realismo. El Capitán decía que aquello era debido a las herramientas de trabajo; nadie conocía su procedencia, pero eran rápidas y precisas como pocas. Al parecer, según sus propias palabras, las había descubierto tiempo atrás, en una de las excavaciones de Ariangard, el planeta donde se habían conocido, pero Larkin tenía ciertas dudas al respecto. A pesar de la insistencia de Rosseau, aquellas herramientas no eran de procedencia humana, era evidente, aunque tampoco era capaz de discernir sus orígenes. Simplemente lo había sabido nada más verlas, y con cada día que pasaba, estaba más convencido de ello. Sea como fuese, aquel misterio era algo que no le preocupaba en exceso. Alrededor de Bastian había tantas incógnitas que, en el fondo, aquella era la de menor importancia. Además, no eran las causantes del sonido. Elspeth no conocía el auténtico motivo de aquella peculiar vibración, pero en lo más profundo de su ser sabía que aquel sonido procedía de otra época. Quizás fuese el primero que aquellas piedras habían captado al ser trabajadas en su lugar de origen, o quizás simples vibraciones que, a base de repetición, se habían quedado grabadas. Larkin no lo sabía, pero estaba convencido de que aquel sonido procedía de otra era.

No era la primera vez que veía el templo. Físicamente sí, pues hasta entonces él nunca había asistido a su construcción, pero no virtualmente. A lo largo de los últimos meses Larkin había visionado tantas y tantas veces aquel lugar a través de grabaciones, imágenes holográficas y mapas que lo conocía a la perfección. Conocía las veinticinco columnas que lo rodeaban, todas ellas con distintos símbolos grabados en su superficie, los siete peldaños que daban a sus accesos y, por supuesto, la inquietante estatua que gravitaba movida por el viento a su alrededor. A ojos de Elspeth esta tenía forma de águila, aunque había quien decía ver en ella un cuervo o una paloma. Al parecer, cambiaba dependiendo de los ojos que la viesen. Según Rosseau, el secreto tecnológico que albergaba dentro la piedra móvil residía en los estímulos que el visitante transmitiese a la terminal a través de las ondas cerebrales. Según Elspeth, no había secreto alguno: simplemente no era humano. Ni la estatua ni las herramientas. Nada. No obstante, nunca se lo discutía. El príncipe escuchaba atentamente las explicaciones del Capitán, asintiendo a todo, y se callaba las preguntas. Después de todo, sabía que nunca iba a recibir una respuesta sincera por lo que no se molestaba en perder el tiempo. Trabajar con el Capitán comportaba aquel tipo de cosas, pero valía la pena. En el fondo, ya tendría tiempo de encontrar respuesta a todas sus preguntas...

De pie frente al templo, todo resultaba distinto. Aunque Elspeth almacenaba centenares de recuerdos sobre aquel mismo lugar, el patio de su castillo, la presencia del edificio parecía enturbiar todo cuanto le rodeaba. El aire era distinto, la luz más escasa y la temperatura más alta. Según Rosseau, en apenas unas horas las plantas empezarían a crecer y trepar por las paredes y columnas del templo hasta cubrirlo por completo. Algo físicamente imposible teniendo en cuenta las condiciones climatológicas del planeta, pues Sighrith no dejaba de ser una bola de hielo, pero que, sin lugar a dudas, sucedería. Y entonces, cuando al fin el templo hubiese echado raíces, tal y como él decía, podría empezar el proceso...

Se detuvo a los pies de las escaleras, consciente de que el águila de piedra le observaba desde la oscuridad de la noche. Desconocía su posición exacta, pero podía sentir sus ojos de ónice fijos en su nuca, atentos, alerta... preparados para el ataque.

Muy lentamente, con disimulo, Elspeth deslizó la mano por la cadera hasta apoyarla sobre la culata de su pistola. Resultaba irónico pensar que había sido precisamente en aquel mismo lugar donde había aprendido a usarla. Sin embargo, así era, y daba gracias a Vladimir por todas sus enseñanzas. Ahora, Larkin era un auténtico maestro en la materia, y aunque no había sido precisamente gracias al jefe de la guardia de su padre, agradecía las molestias que se había tomado. Él, en su lugar, seguramente no lo habría hecho. Claro que, ¿acaso había tenido alguna otra opción?

Dama de Invierno - 1era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora