Capítulo 2.

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Suspiré y volví a avanzar dos pasos más.

-Creo que el tren tardará más de media hora. –Espetó el chico de atrás.

Me volví y alcé las cejas. Obviamente sabía que llegaría tarde pero o mentía a mi madre o me armaba un pollo por eso.

-Lo sé, solo era por no preocuparla. –Le sonreí débilmente.

No era de buena educación que un extraño se metiera en conversaciones ajenas y aunque a veces no me importara, esta vez si me había molestado. Menos mal que por lo menos se había esperado a que mi madre se marchara para hacerse el listillo de turno.

Él asintió y me sonrió también. Parecía que había captado lo que le quería transmitir y se calló, sin decir nada más.

Por fin llegué a la oficina y pedí un billete a Madrid. El viaje ya te costaba lo suyo, pero si me daban el trabajo probablemente me lo pagarían. Solo probablemente.

Me senté en un banco a esperar mi tren. No sabía mucho cómo funcionaba esto ya que siempre me movía con el coche de mis padres o directamente iba andando. Alcalá era demasiado bonita como para no ir observando cada detalle y cada rincón de ella.

Rebusqué en mi bolso el móvil. Quería llamar a Rocio o a Pablo para pasar el rato. Me aburría demasiado, pero sabía que si los llamaba me entretendría y el tren se iría sin mí, cosa que no podía permitirme.

Una voz se dignó a anunciar que en cinco minutos saldría la línea Alcalá-Atocha. Volví a dejar el móvil en el interior de mi bolso y corrí hasta el tren que había pagado. Entré y me senté al final del segundo vagón. No me gustaba ir al principio o en el medio. Si te situabas en la parte trasera podrías observar a todo el mundo sin sentirte acosada por muchos ojos detrás de ti.

Suspiré mientras miraba por la ventanilla del tren. No me gustaba que hubiera tanta gente en la estación, me agobiaba y me hacía sentir más insegura, pero es lo que había, o esto o nada.

El listillo de turno se subió al mismo vagón que yo y lo miré hasta que se sentó en el medio del vagón. No sabía lo que se perdía desde aquí o a lo mejor era uno de esos creídos que aman sentirse observados y adorados por otros. Nunca se sabe.

Parecía ocupado e incluso preocupado. Hablaba por el teléfono dando una serie de indicaciones que tampoco es que entendiera demasiado. Quizá él también llegaba tarde al trabajo.

Cuando todos los pasajeros con el mismo destino que el mío estuvieron en los vagones, el tren comenzó a moverse, haciendo que la estación quedase a lo lejos.

Ya que no tenía nada que hacer, me puse a leer mi nuevo libro. Era del gran Moccia y eso ya me encantaba. Había oído decir que este libro se había escrito en 1992 pero había sido reeditado.

‘Tres metros sobre el cielo’, el libro que estaba revolucionando a España e Italia enteras. Cuando lo escuché por primera vez me dije: “Seguro que es de guerra, paso. Me aburren.” Pero Rocio me confirmó que no, que era una historia de amor preciosa y entonces me entraron ganas de comprarlo. Total, que al final el capricho terminó siendo mío. ¿Véis? Nunca me rindo.

Comencé devorando las primeras páginas, haciendo que mi respiración apenas se oyera. Mis ojos caminaban absortos en otra realidad más interesante que la mía. Chico malo, guapo, con moto, en forma, con carácter, con enganche…es decir, chico inexistente o si existía no sabía su escondite. Seguí leyendo hasta que alguien se sentó junto a mí.

-¿Tú también con ese libro? –Sonrió el listillo.

Le miré alzando tan solo una ceja y asentí sonriendo. ¿Qué quería que le dijera? Moccia era Moccia.

-Acabo de comenzar. –Dije aún sonriendo. –Me lo han recomendado. –Puse el marca páginas que siempre llevaba, ya que veía una posible conversación con mi compañero de sitio.

-Sí, el tío debe ser un máquina de esos que os gustan a todas. –Habló él. –Así luego es imposible que los demás tengamos sitio en vuestra vida. —Rió.

Yo me reí también. Sabía que en el fondo llevaba toda la razón, pero igual ellos podrían tomar ejemplo de “Ache” y tener ese algo que termina enganchando aunque no quieras.

-Ana. –Me presenté.

Él torció la cabeza y me miró estrechándome la mano.

-¿No eras Anastasia? –Preguntó riendo.

Yo le puse mala cara y le sonreí con desgana. No, no era Anastasia.

-Para mi madre sí, para ti Ana. –Le contesté, rápida.

-Oh… --Espetó él mientras me sonreía torcidamente.

-Deberías de sentirte afortunado de poder llamarme así. –Le dije seria e insinuante.

Él volvió a quedarse de piedra tras mi comentario y me miró de arriba abajo.

-¿Sí? –Preguntó retóricamente él. --¿Y los demás como te llaman?

-Simplemente no me llaman. –Sonreí mientras miraba al frente.

Había conseguido dejarle sin palabras y eso me gustaba. Sabía que se estaba riendo y negaba con la cabeza mientras yo me sentía altiva ante él.

-A ver… ¿Y tú cómo te llamas? –Lo miré alzando las cejas.

-Nacho. –Respondió él sin más.

-Claro, Nacho de Ignacio…pues no sé qué haces riéndote de mi nombre cuando el tuyo es igual de…horrible. –Le desafié sonriendo.

-Oh no. –Se quiso explicar él. –No tengo tanta suerte como tú de tener un nombre para cada persona, me llamo Nacho a secas. –Sonrió divertido.

Yo deje de sonreir y dejé de mirarlo también. Mis mejillas se estaban volviendo de un color que nunca me había gustado tener: El rojo tomate. Ahora me había dejado mal, muy mal.

Intenté calmarme para que se me bajaran los calores y miré por la ventanilla queriéndome tirar por ella ahora mismo. Ahora había sido yo la que me había pasado de lista.

-¿Por qué no te gusta que te llamen  Anastasia? – Preguntó él con interés mientras yo seguía intentando no parecer una cereza.

Al cabo de los minutos ya me sentía en mejor estado. Tampoco había mucho que contestar, no me gustaba porque no me gustaba, coherentemente e irónicamente hablando.

-Anastasia es nombre de bruja. –Espeté mientras él comenzaba a reírse de mí.

No entendía qué le veía de graciosa a mi respuesta. Era verdad, mi madre había acertado de pleno con mi nombre. Aunque bueno, más que acertado la historia era otra…todavía más patética. Mi madre me puso Anastasia por una amiga que se fue a Francia y no regresó. Que claro, yo entiendo que no regresara porque mi madre a veces habla demasiado, pero podría haberle telefoneado desde alguna parte para decirle: “Oye, pon a tu hija un nombre menos horroroso, no sé…llámala Ana simplemente”, pero no, la maldita amiga de mi madre se fue sin saber que su nombre se quedó aquí, conmigo.

-Deja de reírte. –Dije molesta mientras algún que otro pasajero se giraba para mirarnos.

-Puedo demostrarte que es un nombre precioso. –Me dijo volviéndose totalmente serio.

-No vas a demostrarme nada porque para ti soy Ana, ¿recuerdas? –Le dije queriendo zanjar el tema.

No me hacía gracia seguir con este temita porque sabía la consecuencia de después: Estaría todo el rato llamándome Anastasia.

"El vagón número dos." / #Wattys2015 .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora