CAPÍTULO XXV

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   Frutos evangélicos de la tierra

38. También quiero decir, Señor Dios mío, lo que me advierte tu Escritura en lo que sigue; y lo diré sin avergonzarme, porque diré cosas verdaderas, inspirándome tú lo que de tales palabras quieres que diga. Porque no creo que diga verdad inspirándome otro fuera de ti, siendo tú la verdad, y todo hombre, mentiroso. Por eso, quien habla la mentira, habla de lo suyo. Luego para que yo hable la verdad debo hablar de lo tuyo.

He aquí que nos has dado para comida toda planta sativa que lleva simiente, la cual existe sobre toda tierra, y todo árbol que tiene en sí fruto de semilla sativa. Y no para nosotros solos, sino también para todo volátil y bestias de la tierra y serpientes; pero no para los peces y grandes cetáceos. Porque decíamos que por los frutos de la tierra se significaban y figuraban alegóricamente las obras de misericordia que son ofrecidas por la fructífera tierra para las necesidades de esta vida. Tal tierra era el piadoso Onesíforo, a cuya casa comunicaste misericordia por haber ofrecido alivio frecuente a tu Pablo sin haber tenido rubor de sus cadenas.

Y esto hicieron otros hermanos que fructificaron con tal fruto supliendo desde Macedonia lo que le faltaba a Pablo. Pero ¡cómo se duele él de otros árboles que no le dieron el fruto debido, cuando dice: En mi primera defensa nadie me asistió, antes todos me abandonaron; no les sea esto imputado. Porque estos frutos les son debidos a los que ministran la doctrina racional por medio de la inteligencia de los misterios divinos, y se les deben como a hombres; más aún, se les deben como a alma viviente en cuanto se nos ofrecen para ser imitados en toda suerte de continencia. También se les deben como a aves de cielo por sus bendiciones, que se multiplican sobre la tierra, porque a toda la tierra llegó el sonido de su palabra.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora