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Kim Jiyeon era una chica demasiado peculiar para su edad. Era amante de cualquier muñeco que saliera a la venta y su habitación estaba repleta de osos de peluche de diferentes tamaños y colores. Era un pasatiempo que le encantaba desde pequeña y que empezó a crecer cuando entró a bachillerato. No lo podía controlar. Había algo dentro de ella que provocaba felicidad y satisfacción cuando compraba peluches.

En su habitación tenía tres repisas de sus muñecos favoritos y tres cajas bajo su cama que estaban llenas de otros tantos. La cama se encontraba tapizada de peluches y de cojines, eran tantos que podía parecer desapercibida en tal lugar si se llegaba a acostar.

Sus padres ya la habían regañado en severas ocasiones por su fanatismo que rayaba en la obsesión. Y es que para ellos no era normal ver cómo su hija iba llenando de poco a poco esa gran habitación que comenzaba a asimilarse a un gran almacén de juguetes. Ella siempre había dicho que incluso si llegaba a los 40 años nunca dejaría ese pasatiempo. Si algún día llegaba a casarse, su futuro esposo debía aceptarla tal cual era ella y su amor a las colecciones de peluches.

Muchas veces le había recalcado a sus padres que era preferible tener una hija así, en lugar de una que amara las fiestas y el alcohol cada fin de semana como sus compañeros de universidad solían hacerlo. En eso sus padres coincidían, sin embargo seguía pareciendo un pasatiempo obsesivo.

De entre todos los muñecos que había coleccionado hasta el más reciente, uno de ellos era su favorito. Dos años atrás, cuando cumplió dieciocho años, su mejor amiga le había comprado un muñeco de edición especial. Sólo había uno en existencia y por eso sintió una conexión inexplicable. Probablemente era el muñeco más guapo y tierno que había tenido en toda su vida.

Ella no era particularmente popular con los chicos de la universidad ya que era un secreto a voces su grande pasatiempo. Y si había chicos que no supieran de eso, al momento de enterarse la rechazaban a la segunda cita. Entonces terminaba acudiendo a su muñeco, lo tomaba entre sus manos y acariciaba su diminuta cabeza. Pensaba con frecuencia en lo bueno y grandioso que sería si en lugar de un muñeco, fuera alguien de carne y hueso.

Jiyeon deseaba día a día que alguien la comprendiera, porque sentía que cambiar para agradar a los demás no era un buen camino. No quería perderse a sí misma en busca de una amistad sincera o del amor.

Ella deseaba a alguien en quien pudiera apoyarse cuando se sintiera triste o feliz.

Alguien que le recitara palabras de calma cuando estuviera ansiosa.

Alguien que le cantara para dormir.

Alguien que le aconsejara cuando más lo necesitara.

No era un deseo imposible, pero ella pensaba que así era. La baja autoestima no le ayudaba a animarse y por eso prefería refugiarse en su mundo de colecciones. Ahí, los pensamientos negativos no tenían cabida.

Semanas después de que su amiga le obsequió el muñeco, se dio cuenta que había una pequeña hoja en la caja. Tenía un degradado de tonos claros, como las hojas de un libro que va envejeciendo con el paso de los años y en letra cursiva mencionaba Certificado de Nacimiento. Abajo del título, el nombre de él nombre destellaba con singularidad.

Im Changkyun.

Qué bonito nombre, pensó Jiyeon mientras tocaba con sus dedos el relieve del certificado. Ya había elegido un nombre para él, pero se decantó por lo original. Así que decidió bautizarlo con dicho nombre. Le parecía bonito y tierno, justo como la apariencia de él.

Una vez más, como era rutina antes de dormir, tomó entre sus manos a Changkyun, lo miró con detenimiento y notó que sus facciones eran muy detalladas y realistas. Tal vez por eso era un muñeco de edición única. Recrear algo de esa magnitud sería complejo y tardado. Deseó en voz alta que fuera real. Y aunque fuese una fantasía poco probable, imaginaba que al menos soñarlo le sería suficiente.

ken doll ; im changkyun ; EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora