- Señores Jael, mantener el secreto es fundamental. Como ya saben se trata de un tema de seguridad nacional. Nadie, y esto incluye a sus hijos, podrá tener conocimiento de lo que está aconteciendo. Recibirán todo tipo de explicaciones en su debido momento y entonces, Lucía y Jorge, estarán muy orgullosos de ustedes. Les deseo suerte y espero volver a verles pronto. Porque volverán, estoy seguro. Gracias.
Jorge estaba leyendo un libro de dinosaurios mientras que su hermana jugaba con Vera, su gata.
- ¡JJ, Ele! Venid, por favor.
Esta llamada la iban a recordar muchas veces. Pronto pudieron comprobar por qué su padre había empleado ese tono tan extraño.
Jorge y Lucía eran los dos hijos del matrimonio Jael. Solían llamarles por sus iniciales "JJ" y "Ele". Era una familia, por qué no decirlo, un poco extraña. Los padres trabajaban juntos en una empresa relacionada con inventos y experimentos raros sobre los que sus hijos nunca oían hablar. Jorge, el hijo mayor, tenía trece años. Era de pelo castaño, delgado y con una cara de esas que siempre parece que está diciendo algo. Era cauto pero con una gran mente creadora. Siempre estaba pensando en descubrir cosas, en averiguar todo, en inventar. Más de una vez se había quedado sin paga después de que sus padres hubieran descubierto u olido algo extraño en su dormitorio. Cuando no era un ratón, dentro de una jaula, que hacía girar un molinillo, el cual a su vez movía las aspas de un pequeño ventilador, eran unos tubos de ensayo, de los de laboratorio de química, de olor irrespirable, que hacía que las cucarachas se volviesen de colores intermitentes. Y no menos destacables eran sus conocimientos informáticos.
Lucía Jael, de once años, tenía una melena corta y llevaba desde hacía pocos meses unas pequeñas gafas azules. Morena, alta y delgada, era una niña alegre y vivaracha y siempre estaba en movimiento. Pocas veces tenía sus dos pies en el suelo a la vez. Era tan activa como responsable, tan lista como cariñosa. Le encantaban los animales, los gatos, perros, conejos... Ahora sólo tenían en casa una gata llamada Vera, pero antes habían pasado por su hogar tortugas, palomas, pollitos, patos, pájaros... Pero todo tenía un límite, decían sus padres, y lo aplicaron con serpientes, iguanas y otros animales que habían intentado adoptar.
Eran los hijos con los que cualquier padre se sentiría muy orgulloso. Era una familia feliz, hasta entonces.
Se dirigieron hacia el cuarto de estar. Su padre, Daniel, levantado, mirando hacia la calle a través de la ventana. Su madre estaba sentada en el sillón de cuero verde con las piernas cruzadas y moviendo nerviosamente un pié.
- Hijos, sentaros en el sofá -. Los dos hermanos se miraron intercambiándose esa mirada de complicidad que solían dirigirse cuando se aproximaba una buena riña.
Pero esta vez se equivocaban. No se trataba de eso. Se sentaron haciendo caso a las indicaciones de su madre. Su padre caminó hacia ellos y se sentó en el brazo del mismo sillón dónde estaba sentada su esposa. Hubo unos instantes de silencio, roto cuando Daniel empezó a hablar.
ESTÁS LEYENDO
JJ y ELE : La entrada a W.A.N.
AventuraLucia y Jorge, dos hermanos, se ven obligados a separase de sus padres, una pareja de famosos científicos. Gracias a su valentía, inteligencia y a sus dos nuevos amigos, Fran y Lucas, podrán resolver el apasionante misterio en el que se ven envuelt...