CAPÍTULO ONCE

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Sharon no podía concentrarse. No lo había hecho desde la última vez que pisó la Casa de los Señores, puesto que aquel retazo de conversación merodeaba entre sus ideas desorientando su mente.

Dejó de tipear y se frotó la frente cansada. Se quitó los lentes y los puso al lado de su laptop. Para mal, sólo había redactado tres páginas de su tésis en esos cinco días que habían pasado, y ni las docenas de tazas de café ingeridas consiguieron hacer resurgir el enfoque que tanto necesitaba.

—Estás en otro mundo, ¿sucede algo?

La pregunta la tomó desprevenida, no había percibido cuán cerca se encontraba Jairo. Odiaba que fuera tan sigiloso.

—Sólo estoy cansada —Se limitó a responder ella sin lograr imprimir convicción en sus palabras. Jairo la miró intrigado pero no le hizo más preguntas, sabía que tarde o temprano ella se lo diría.

De un momento a otro el sol cayó y la oscuridad se apoderó de todo el firmamento. Sharon aún sentada frente a la laptop observó a través de la ventana cómo el frío comenzaba a congelar el vidrio. Esa noche nevaría, y Sharon odiaba el frío. Recordó que el viernes el sol había sido amable y cariñoso con las personas, bañando con su calor las montañas y la tierra; también  lo sucedido aquella tarde de viernes con Nassú, y le impresionó él cómo la situación había quedado en el olvido después de que el hombre se comunicara con ella y le explicase lo acontecido. Lo había escuchado muy apenado y comprendió por fin el porqué su rostro se había desencajado de manera tan grotesca al verla: sentía vergüenza. Vergüenza de que viera en ese estado a los hijos de dos de los hombres más importantes del momento. Sharon agradeció mentalmente aquel gesto misericordioso, puesto que había llegado a creer que tal desconcierto era más el reflejo de la pesadez que le causaba a Nassú el volverla a ver, haciéndola sentir una carga inútil y sin contenido que aprovechar. El autoestima de Sharon nunca había sido un punto a favor en su personalidad, y al parecer, a la mano derecha de aquel que residía en la Casa de los Señores no se le había pasado por alto.

—¿Quieres cenar? —preguntó Jairo sosteniendo un paquete de hamburguesas de soja en sus manos. Traía puesto un pantalón de buzo gris cubriendo sus piernas, dejando ver el elástico de sus bóxers sobre su cadera.

El chico se veía malditamente apetecible. Pequeñas gotas adornaban su espalda y hombros, y el cabello revuelto aún se encontraba húmedo.

De un momento a otro, Sharon sintió como su piel se estremecía bajo la atenta mirada del chico. Y entonces, lujuria mezclada con notas puras de amor comenzaron embriagar su intimidad. El torso de Jairo la incitaba a besarlo, pero la dulzura de sus facciones al hablarle y su aterciopelada voz demostrando preocupación por que comiese le impedían avalanzarse sobre él. Ya habría tiempo de hacerlo suyo en otra ocasión.

—¿Me alimentaras con hierba? —respondió ella con una contra pregunta, sin saber qué más decir y rogando que se le hubiese pasado por alto la cara de tonta que había tenido al verlo semidesnudo.

El chico la miró aturdido para después caer en cuenta a lo que se refería. Curvo los labios en señal de gracia y volvió a la tarea de hacer arte culinario metiendo en el pequeño horno eléctrico cuatro milanesas.

—¿Quieres qué te ayude? Realmente no tengo ganas de hacer esto.

Sharon tenía la cabeza sobrevolando el plano estudiantil. Sus responsabilidades como universitaria se sentían ligeras y disipadas, aún sabiendo que eran grandes y pesadas. Todo ello se debía a que ya el gusano de la curiosidad se había metido en su mente carcomiendo toda la materia gris que se encontrara a su paso, dejándola perturbada a cada instante, y con ganas de salir corriendo a averiguar qué sucedía exactamente con aquellos tres hombres para calmar así la demanda de información.

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⏰ Última actualización: Sep 11, 2017 ⏰

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