CAPÍTULO CUATRO

22 2 2
                                    

¿Dónde estaba?

En realidad desconocía su paradero.

—¡Lucas! -gritaba sin cesar, —¡Lucas! —esperando que el chico diera señales de vida. La adrenalina comenzó a subir a medida de que las ideas de lo que le podía haber pasado surgían.

¿Y sí estaba muerto?

Todo era oscuro. Su corazón latía demasiado rápido haciendo agitar su respiración y molestando a su mente que no podía pensar con tanto ruido interno.

¡Plomp!
...
¡Plomp!
...
¡Plomp!

El sonido era constante, seguía un patrón, eran gotas, gotas cayendo de... ¿Una canilla? O quizás de la canaleta de algún techo. No lo sabía, y era malditamente molesto.

Debía hacer algo. Debía encontrar a Lucas, ¿dónde estaba su compañero? El chico debió de haberlo escuchado cuando le dijo que era demasiado peligroso.

Se paró y al instante sintió una punzada de dolor en su pierna izquierda, ahí más abajo de la parte trasera de la rodilla, algo dolía como el infierno. Se tocó entonces y el líquido pegajoso bañó sus dedos dejando en claro lo que era: sangre. Hubiera preferido que fuera otra cosa, barro, mierda, aceite o tan sólo sangre de alguien más.

—¿Miller? —La voz de Lucas estaba empañada de terror. Se oyó débil, como un susurro arrebatado por el viento, un susurro que retumbó por todo el lugar buscándolo.

—Oh, ...por Dios...

La cara de Miller se desfiguró de angustia. Se olvidó del agujero que tenía en la pierna y sus palpitaciones parecieron disminuir abruptamente. La puerta por la que Lucas había entrado aún seguía abierta y dejaba pasar un poco de luz al interior de aquel lugar. Era muy húmedo y amplio. Las ventanas, como las de las grandes fábricas, estaban polvorientas casi tanto o igual que el suelo.

Lucas cayó de rodillas.

Dos grandes lagrimones que surgieron de sus ojos rasgados surcaron sus mejillas dejando plasmados dos caminos llenos de dolor. Miller no podía procesarlo, el joven tenía marcas por todo el cuerpo, eran extensas heridas abiertas y sangrantes. Algunas tan profundas que dejaban ver sus huesos, como las que tenía en la cabeza partiendo su cuero cabelludo o las que tenía en sus manos, desnudando sus nudillos.

—Y esto —dijo el hombre corpulento cuya cara era opacada por su propia sombra, —es para que aprendan a no meterse en dónde no deben. —El tipo escupió sonoramente a un lado del marco de la puerta. La chaqueta de cuero ceñida a sus músculos bien formados brilló cuando la luz la bañó y una sonrisa grotesca se pintó en la cara del hombre. —El polvo debe ir bajo la cama y de allí, no debe salir. Están avisados, no habrá una próxima vez.

La puerta se cerró, dejando a Miller con Lucas en brazos en medio de una oscuridad aterradora. Necesitaba silencio para poder pensar que carajo hacer, pues se encontraba en un transe que únicamente podía ser descripto como cuando en sueños te persiguen pero no puedes correr y te quedas ahí, con los pies casi fundiendose con el suelo, inertes al miedo y la desesperación que sientes en el mundo del subconsciente.

Miller sentía el cuerpo adormilado, la mente perdida en el tarareo de las gotas que en algún rincón de ese lugar caían. Le enfermaba la melodía que componía el agua, lo ponían aún más nervioso. Debían huir de allí porque, ¿y sí esos hombres volvían? ¿Qué pasaría entonces? Malditas preguntas retóricas. Sí volvían Miller tenía en claro que no sería para preguntarles sí necesitaban algo.

Observa a tu alrededor Miller

La idea brotó forzada desde lo más profundo de sus entrañas, y la acató como sí de una orden se tratase.

MÁGNUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora