Capítulo 5

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Mil años después... 


I said come on, zero fucks about it

Come on, I know I'm gonna get hurt

Come on, zero fucks about it

Come on

Keep playing my heartstrings faster and faster

You can be just what I want, my true disaster

Keep playing my heartstrings faster and faster

You can be just what I want, my true disaster

(True disaster, Tove To)


Raíz de cicuta. Podría acudir a la despensa que guardan en casa, pero no quiere levantar sospechas, Sam ya está bastante suspicaz. Conseguir la escopeta y los cartuchos ha sido sencillo: un "oh sí, tengo un mapache merodeando por la casa", una sonrisa calurosa a un tal Peter que, al parecer, ya le conocía de antes y una propina generosa tras la compra. Dios bendiga a América y su política de armas. Pero la raíz de cicuta no es algo que pueda pedirse en la verdulería de un pueblo de siete mil habitantes. "Póngame cien gramos en polvo, gracias". Y no hay un Bobby o una Pamela a la que recurrir. Así que vagabundea por las calles. A esa hora de la mañana, el centro de Fairview parece un hervidero de personas con muchas cosas que hacer, pero con mucho tiempo para pararse a hablar. La sensación es extraña, lleva dos semanas en un aislamiento casi monacal, así que estar solo de repente entre tanta gente le hace sentirse como un cristiano frente a los leones. Desde que llegó, su único contacto con la vida exterior se ha resumido en Sam, Jonathan y Austin. Por ese orden de intensidad.

Dos semanas. Toda una existencia.

Tiene que reconocer que lo esperaba peor. La rutina, la falta de adrenalina. Esperaba desquiciarse a cada instante o forzarse continuamente a encajar en ese estilo de vida por puro instinto de supervivencia. Hibernar allí hasta recuperar lo perdido, como cuando vivió con Lisa y Ben. Esperaba que matar a Mabon se convirtiera en la cuestión nuclear de esa realidad al igual que lo fue buscar a Sam después de caer en la jaula. Aceptar esa forma idílica, taimada y segura de pasar los días mientras se partía el pecho intentando encontrar una salida. Pero no. Sumergirse en esa vida ha sido como bucear en agua templada: agradable imperceptible, indoloro. Y no es que Faiview sea un sitio de la hostia. A Dean le resulta difícil imaginar un lugar más coñazo que ese. Es que por primera vez siente que elegir es posible. Elegir a Sam y esa forma de pasar las horas en silencio, a Sam y su manera de hacer fáciles las cosas más complicadas. Hay días en los que incluso se ha permitido imaginar que tal vez su vida (la de su hermano) no tenga que acabar a punta de pistola o consumida por el fuego.

Es un delirio bastante recurrente que, gracias a Dios, se detiene en cuanto aparece Castiel "compra-raíz-de-cicuta" o el dolor de la Marca, que últimamente se empeña en desgarrarle la carne en mitad de la noche.

Se pasa la mano por el brazo distraídamente mientras rebasa el escaparate de una ferretería y luego el de una panadería. Es consciente de que Sam sabe. Que le arde, que grita por las noches. Y de que a pesar de todo, a pesar de las miradas poco fraternales, sigue respetando su espacio. Ha podido abandonar el sofá y trasladarse a su cuarto sin daños colaterales ni sorpresas nocturnas. Igual en esta realidad han lobotomizado a su hermano. ¿Le habrán implantado un chip de "no toques los cojones"? Un par de personas le saludan desde la otra acera y Dean, que no tiene ni idea de quiénes son ni ganas de saberlo, levanta el brazo a modo de saludo y se escabulle a través de la puerta de la primera tienda que ve. Ha aprendido que aquí hay que estar hábil. En cuanto te paran, es una sucesión de "Dean, Sam, hombre ¿cómo os va?, ¿y Jonathan?, ¿y el trabajo?" Le resulta rarísimo que todo el mundo conozca sus verdaderos nombres, como si fueran de cristal, transparentes, como si no tuvieran nada que ocultar. Ja. Pero lo que más le sorprende es que ahora puede contestar ese tipo de preguntas con un "eh, bien, como siempre" en vez de "pues genial, tengo una herida que me cruza la espalda y mi camiseta preferida está cubierta de sangre".

Luna de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora