Capítulo 3

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Every time I rise I see you falling

Can you find me space inside your bleeding heart

Every time I rise I see you falling

Can you find me space, find me space

(Passive agressive, Placebo)


Sam le deja en la puerta de una de esas casas típicas del extrarradio donde viven personas aburridas y donde, está seguro, pasan cosas horribles tras sus paredes: porche blanco, camino empedrado y jardín de césped perfecto. Resulta muy siniestro. La euforia que ha sentido esta mañana después del "hoy no te voy a hacer terapia, Dean" empieza a abandonarle. Se gira hacia su hermano mientras se exprime el cerebro para encontrar una excusa que no sea muy patética, pero el intento es inútil. El muy imbécil le sonríe desde el coche con un "luego te recojo" y se larga calle abajo, dejándolo tirado en la acera. A merced de "la gente de las afueras". Está convencido de que "esa gente" forma parte de alguna subespecie con una tara genética, porque no es normal encontrar satisfacción en espiar a tus vecinos a través de las cortinillas de encaje o en organizar barbacoas con otros matrimonios gilipollas.

Toma aire. De pronto se siente como si tuviera once años y estuviera a punto de atravesar las puertas de un colegio nuevo por centésima vez. Es absurdo. Da el primer paso en ese camino que le conduce a Dios sabe qué tipo de tortura y, antes de dar el segundo, una voz inmensa le intercepta.

—¡Dean!

Una mole de barba, brazos y sonrisas, que camina cojeando, se le acerca a la velocidad de la luz desde la puerta de la vivienda. ¿Cómo puede moverse tan rápido una cosa así de grande y tullida? ¿Será el dios Mercurio reencarnado[1]? No le da tiempo a esquivar la monstruosa palmada en la espalda que le impulsa un metro hacia delante.

—¿Cómo va esa resaca, amigo? ¿Qué tal Sam? —Jonathan no para de reír, muy fuerte mientras avanzan, a golpe de cojera, hacia la casa. Parece un Santa Claus metalero. ¿Será peligroso? Tiene que serlo—. Estuve todo el domingo aguantando los sermones de Jessica, ya la conoces. Que tenemos que dar ejemplo, que somos responsables de unos niños, que llegué como una cuba... —Mueve las manos como si tuviera algún tipo de incontinencia gestual. Es todo energía, una onda expansiva de movimientos exagerados y descontrolados. Al final le guiña un ojo—. Pero nos lo pasamos en grande, ¿eh?

A Dean sólo le da tiempo de asentir brevemente antes de que Jonathan le empuje dentro de la casa. El recibidor es cualquier cosa menos lo que había esperado. Había imaginado uno de esos hogares pulcros e inmaculados, donde cada objeto tiene su sitio inamovible. Donde hay que pedir permiso para pisar el suelo con botas de cazador. Pero la entrada es un revoltijo de zapatos de chicos que no han terminado de crecer, de chaquetas, mochilas, bolsas de deporte y accesorios de esos deportes. De armarios y cajas improvisadas desbordadas de cosas. A la derecha, en la pared de las escaleras que suben hacia las habitaciones, hay colgados, sin ningún tipo de sistema, algunos dibujos infantiles, fotografías y diplomas. Sin saber muy bien por qué, esa desorganización contenida le tranquiliza. Es reconfortante.

—Por cierto —le dice Jonathan, en tono de confidencia—, te recomiendo que evites hoy a Jessica, está un poco suscep...

Pero antes de que termine la frase, una mujer menuda de pelo muy oscuro y andares vibrantes aparece por una puerta situada a su izquierda. La reconoce. Está exactamente igual que en la fotografía del periódico. Sale de la sala de estar como una exhalación, sin reparar en ellos, y se apoya en la barandilla de la escalera.

Luna de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora