El valle de Winterfell

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Hay cientos de millones de hadas en todo el mundo, tanto como gatos en América. Pero se decía que el Valle de Winterfell albergaba a más de una cuarta parte de esa cantidad mundial de hadas.

Ellas con su espíritu infantil y travieso vivían libres y felices en el Valle, ¿y cómo no estarlo? si tenían el lugar más precioso de todo el mundo solo para ellas. Vivian en armonía y en paz; ninguna era más importante que otra, todas mandaban por igual y quizás eso era lo que las hacia tan felices, ser sus propias reinas.

Estas hadas tenían un solo trabajo, un trabajo difícil pero que disfrutaban al máximo. Pintar y cuidar todas y cada una de las flores en primavera, cada año eran puntuales en su trabajo y veían en el rostro de los niños, ancianos, mujeres y hombres la exaltación por la llegada de tan hermosa época del año.

El último año en el que las hadas habitaron el Valle de Winterfell, fue el año más triste y lluvioso, no solo en el Valle sino en todo el mundo. Las hadas se estaban cansando, tenían vida eterna pero no energía eterna. Se alimentaban del amor de las personas por la naturaleza, por las cosas lindas que esta les ofrecía. Con el pasar del tiempo, ek desarrollo y crecimiento de nuevas generaciones poco a poco los jardines y valles estaban cada vez más solos, por lo que, las hadas iban muriendo un poco más cada día.

Cuando llego esa última primavera, solo unas pocas hadas pudieron levantarse y salir a pintar algunas flores; todas las hadas que salieron ese día, murieron.

Menos una.

Una pequeña niña que paseaba con su padre por un parque en América, vio el pequeño cuerpo de la hada caer desde el cielo, débil y sin energía. La pequeña corrió, creyendo que era una mariposa a la que sus alas le habían fallado; cuando la atrapo no pudo creer que era un pequeñito ser, una muñequita con pequeñas alas brillantes.

Cuando el hada le explico casi sin poder modular, quien era y lo que hacía; la pequeña niña lloro, lloro porque era una historia muy triste.

Ella siempre amo la naturaleza sus padres siempre le hacían ver la importancia del cuidado y respeto de la misma. La niña llevo a la pequeña hada a su casa, esta se sorprendió al ver la cantidad de flores que tenía la niña en su habitación, era como tener un pequeño invernadero. El hada sobrevivió, pintando todos los días las flores de la habitación de la niña de nuevos colores y viendo, cada mañana el rostro de felicidad de la pequeña. Y sentía que aún había personas en que consideran y aprecian aún la belleza de la naturaleza.

Acaricie mis pequeñas alas hechas de hojas secas mientras me imaginaba una historia de hadas, producto de mi imaginación al ver los valles que adornaban el paisaje que se visualizaba desde la ventana del tren. Observe a mi mamá sentada al frente de mí escribiendo en papeles y más papeles, con la vena de su frente sobresaliendo, como cuando se enoja al ver que daño algo sin querer, de su forma extraña y graciosa como si fuera la cicatriz de Harry Potter.

Suspiro aburrida sin saber que hacer, llame a mi mamá con el objetivo de hacer algo para divertirnos y que su vena desapareciera por una sonrisa que siempre le esconde y le hace brillar los ojos, volví a llamarla sin recibir respuesta. Con un puchero volví a llamarla hasta que me canse de ser ignorada, de pronto una idea me llego a la mente y agarre una hoja de las que tenía mi mama sin darse cuenta, con mi caja de creyones empecé a dibujar, "seguro le encantara", pensé sonriendo.

A tan solo unos trazos para terminar mi obra de arte un movimiento brusco por parte de ella me sobresalto, la mire y vi como se desesperaba buscaba entre sus papeles. No sé qué fue lo que me hizo reaccionar así, pero instintivamente escondí mi dibujo rápidamente bajo las alas de hojas. Me miro y pude ver el enojo que emanaba de sus ojos, nerviosa al ser descubierta saque el dibujo y se lo entregue, lo agarro con tanta fuerza que por poco lo rompe y sin mirarlo lo tiro al piso, sentí una incomodidad en los ojos y me di cuenta que estaba a punto de llorar, sin darle tiempo de invocar un regaño, salí corriendo lo más rápido que pude del cubículo con mis alas en las manos.

Sin saber a dónde ir, seguí corriendo hasta donde mis piernas me permitían, nunca había montado en un tren y perderse la primera vez  llenaba de angustia mi corazón. Agotada de correr empecé a caminar hasta que llegue a una especie de puerta de vidrio, donde podía ver la velocidad del tren desde atrás, sorprendida pegue mi rostro del vidrio para admirar mejor, a punto de retirarme y tratar de volver a donde estaba mi mamá, vi por el rabillo del ojo un movimiento extraño.

Curiosa abrí la puerta y me golpeo de pronto el aire frió del invierno, agacho mi mirada y veo un pequeño cachorro mirándome mientras mueve su cola frenéticamente, sin pensarlo dos veces me adentre y me agache a la altura del cachorro, el frió no me afectaba tanto porque traía mi chaqueta y mi gorro de invierno puesta, pero al tocar al pequeño animal mi corazón se encogió de tristeza al sentir su pelaje gris tan congelado que tuve que retirar mi mano rápidamente.

¿Cuánto tiempo habrá estado aguantando? Me pregunté.

Decidida lo agarre y me dispuse a adentrarme al vagón, pero cuando trate de abrir la puerta está no cedió. Asustada intenté varias veces y la puerta seguía sin reaccionar, empecé a golpearla para generar ruido y que llamará la atención de alguien que pudiera ayudarnos, pero luego de veinte minutos mis pequeños brazos se cansaron de insistir, sintiendo el frío calar mi delgado cuerpo me agache en la valla metálica, estaba helada pero al menos no nos pegaba la brisa de invierno y me acurruque con el cachorro en mi pecho protegiéndolo con las alas de hojas para protegerlo un poco el frió.

Empecé a sentir los ojos más pesados con los minutos y sin darme cuenta me quede dormida. 

El tren de los cuentos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora