Observe el papeleo que tenía amontonado a un lado, me quite los lentes y los deje sobre los papeles para tomarme cinco minutos de respiro y observe a la niña que estaba acostada en el asiento de adelante, sonreí con ternura al verla dormida abrazando esas halas de hojas hechas por ella misma, vuelvo a mirar el papeleo que llevo conmigo y siento las ganas de lanzarlo todo por el aire y unirme junto con mi hija en echarme una siesta. Suspire cansada, me puse los lentes de nuevo y me dispuse a seguir trabajando.
No sé en qué momento de mi vida me volví una maniática del trabajo, a veces trato de apartar mi vida privada de lo laboral, pero creo que he permitido que el trabajo se adueñe de ella hasta el punto de no poder vivir sin trabajar. Me hago recordar que si no fuera por este trabajo, mi hija no tendría las comodidades que tiene ahora, podrá ser un trabajo explotador, pero con tal de ponerle un techo y un plato en la mesa a ella, me basta suficientes motivos para no renunciar.
Me estiro desde mi asiento, despierto a mi hija para que coma algo, ya que si fuera por ella se la pasa dormida todo el día, diciéndole con señas le explico que falta poco para nuestro destino, luego de haber comido un poco las dos con los bocadillos que compre antes de que llegara el tren, me pongo otra vez en la marcha, entre más rápido haga esto mejor, así puedo tal vez darme una siesta antes de llegar a nuestro destino.
Me doy cuenta que mi hija juega con sus halas hechas por ella misma, hago una pequeña mueca, la semana pasada le compre una en la tienda de juguetes para que dejara ese trasto, pero sigue jugando con eso. Deje de pensar en eso para seguir concentrada en el trabajo. Luego de unos minutos, casi terminando me doy cuenta que no está el papel del permiso que debo entregar mañana, sigo buscando y más me desespero. De pronto observo como mi hija me extiende una hoja rayada con colores, debajo de los rayones se encontraba el contenido de la hoja que necesitaba, sentí como un ardor en mi cuerpo me envolvía, le quite de un manotazo la hoja y la tire al piso, no encontraba la voz para regañarla, solo sentía la desesperación y unas ganas terribles de llorar. Cerré los ojos y apoye mi cuerpo en el asiento acolchado, trate de tranquilizar mi respiración y al abrirlos me di cuenta que la puerta del cubículo estaba abierta, mi corazón empezó a bombear asustado al darme cuenta que mi hija no se encontraba en él.
Asustada salí corriendo a buscarla, entrando abruptamente en cada cubículo a ver si estaba allí, llamando la atención de quienes me veían. Las horas pasaban y las lágrimas hicieron su trabajo, como ríos, bajaron de mis ojos hasta el final de mi rostro, dejando una trasparente y amarga marca. Gente empezó a ayudarme a buscarla, a todos los miraba con angustia, siendo ellos mi última esperanza.
Al cabo de las horas ni una señal de ella, lo que más me afectaba era que mi pobre hija es sordo-muda, y en casos de encontrarse en peligro no podía avisar sin su silbato, silbato que siempre guardaba yo en mi bolso y que se lo daba antes de salir. De pronto llega corriendo un joven que se ofreció en ayudarme en la búsqueda. Agitado me dice "la encontramos", y con el corazón en la garganta no dude un segundo más y me deje guiar por él. Cuando vi a mi hija tirada en el suelo más pálida de lo usual, la felicidad y la angustia me acompañaron mientras me tiraba al piso con ella y sin pensarlo dos veces la abrace, la abrace como nunca, necesitaba saber que era real haberla encontrado. Al sentir su cuerpito frio la pegue más a mi pecho, sin importarme la gente que nos observaba, y sabiendo que ella no me escucharía, le susurre cuanto la amaba.
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El tren de los cuentos.
FantasiA veces creemos que caminamos por este mundo solos, un mundo que no se percata de nuestra existencia, cuando si bien, es todo lo contrario. Realizada en colaboración con Génesis Rojas y Agustín Espinoza.