Capítulo Final

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Y me encontraba allí, con tan sólo once años, tirada en el suelo, con el cabello tan despeinado como si no me había peinado en meses. Los ojos tan rojos como te podrías imaginar, de pasar toda la noche y mitad del día llorando sin parar. Mis ojos estaban cargados de lágrimas que salían solas, pero mi mirada estaba llena de odio y de ira, a la vez débil y con repugnancia de mí misma.

¿Cómo se supone que debía sentirme después de que dos familiares muy cercanos abusaran de mí, de mi inocencia, de mi cuerpo? Estaba peor que destruida. Tenía líneas negras debajo de mis ojos lo más parecido a unas ojeras, pero el doble de grandes.

Mirando la nada, con la mirada perdida en el vacío, ni siquiera tenía ganas de intentar escapar ¿Para qué si ya no quedaba nada que apreciara de mí y de mi cuerpo? ¿De qué manera iba yo a superar todo esto? ¿Cómo reaccionaría la sociedad y mí familia? ¿Qué pasaría con migo o con mis agresores después? ¿Y si las amenazas se cumplen? ¿Cómo iba a poder con mi vida después de pasar por tanto y con tan poca edad? No sabía qué hacer, no podía pensar, mi mente estaba en blanco... ya símplemente no le veía sentido a seguir respirando.

No quise seguir luchando por algo que para mi, ya no tenía importancia. Ahí tirada en el piso, sólo pensé que ya no podía más y que mis encantos ya no existían, me los habían arrebatado. Me sentí la peor basura, sucia por dentro. No podría lidiar con eso, no sé si fuí muy débil para la vida que me tocó llevar o simplemente no debía seguir viva y había llegado mi fin.

Ahora me pasaban miles de preguntas por la cabeza, a las que no les encontraba alguna respuesta. Era como un tren lleno de preguntas y otro sin ninguna respuesta. ¿Por qué tanto Dios? ¿Qué fué lo que hice para que me destruyeran así? ¿Por qué tanto dolor, si nunca le hice daño a nadie? pero de repente los trenes de mis pensamientos chocaron, cuando el teléfono de la casa comenzó a sonar imparable por unos cinco minutos. Siguieron llamando una y otra vez, sentí que debía contestar... así que pensé en las llaves que guardaba en mi maleta, las busqué y abrí la puerta de mi recámara como una muerta viviente para atender la llamada.

—Hola, buenas tardes. ¿Es la señora Rubí? —preguntarón.

—No, yo soy la hija, señora —respondí sin ganas.

—Le llamamos desde el hospital central para darle una lamentable noticia —dijo la voz aguda de la enfermera.

—El señor Ramón Carpenter tuvo un accidente terrible en su coche, se desvió y cayó por un barranco muriendo al instante, lo sentimos señorita —Y cerraron la llamada...

Me quedé con el teléfono pegado a la oreja, escuchando el pitido que éste emitía al cerrar una llamada. Aún no lo asimilaba, pero no hubo ninguna expresión en mi rostro, tampoco dije media palabra, sólo pensé: "justicia divina".

Me animé a llamar a mi abuela y le dije lo ocurrido, con toda la calma del mundo y eso ella lo notó extraño, pero fué de inmediato al hospital y me dijo que al rato pasaría por mí. Me empecé a despedir de ella con estas palabras:

"Segunda mamá, no te preocupes tanto por lo que pueda pasar, todos tenemos nuestro fin. Unos más trágicos que otros, pero son cosas que no podemos cambiar. Avísale a mi madre que la quiero con toda mi alma y que no se preocupe, estaré mejor allá que aquí. Las amo a las dos, nunca olvides decírselo tal y como te lo digo a ti. Se cuidan bastante y sé cuidadosa al informarselo, no quiero que sufra por esta decisión".

No sospechó ni preguntó nada porque pensó que le hablaba sobre lo de ese señor, Ramón. Pero no era así, para ser franca, la verdad que eso ni siquiera me importaba.

Siempre tuve problemas para dormir, mi abuela me había dado un frasquito de medicina que era muy fuerte y siempre me advirtió que sea cuidadosa, una cucharadita cada tres días, y sólo si el insomnio persistía. Lo vi cuándo estaba buscando las llaves en mi maleta.

Así que subí las escaleras tan lento como un caracol, cuando al fin llegue arriba con mi forma de zombie, agarré mi diario y sin saber cómo lo hice, escribí esas dos noches que hicieron que tenga una Infancia Destruida. Y luego de terminar cada letra, me acosté en la cama abrazando mi diario muy fuerte y a la vez llorando, me tomé todo el frasco para dormir, con la diferencia de que ahora dormiría por siempre, con mi diario abrazado. Todo se tornó negro... ya no me podrán hacer daño, ahora ya no me destruirán una tercera vez.








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PD: Y así fue como murió Rose. Aquí terminó la corta historia, espero que les haya gustado.

Información sobre mí:
Me llamo Emely Andrea Encarnación, tengo 13 años de edad y soy de la República Dominicana. ¡Gracias por leer!♡☆♡

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⏰ Última actualización: Oct 28, 2017 ⏰

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