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Carlos estaba empezando a volver en sí. Sintió los brazos y las piernas tensos. Sus muñecas y tobillos eran presas de una gélida presión que no lograba distinguir con claridad. Lentamente regresaba al plano de la conciencia, abría los ojos despacio. La borrosidad del mundo tomaba nitidez con forme pasaban los segundos. La boca le sabía a trapo y se sentía también como un trapo gracias a la deshidratación. Le zumbaban los oídos y no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba. Estaba simplemente perdido.

Vio el mundo que le rodeaba, parecía un sótano, completamente vació salvo por una silla en frente de él. En el techo un bombillo iluminaba con una luz tenue, extremadamente tenue, era muy poca iluminación, la justa para no dañarle las pupilas pues, se sentía como recién salido de la peor resaca de su vida. No recordaba cómo había llegado hasta allí, todo lo que recordaba era una música bailable obscena que se reproducía en su cabeza una y otra vez, una de las que más le gustaba, cuando ponían esa canción y él entraba a la pista nada ni nadie podía detenerle de ser él rey, el foco de atención. La gente formaba un circo a su alrededor y le miraba, las mujeres con deseo, los hombres con envidia. La música lo convertía en una máquina fiestera y seductora, cuando estaba en la disco era el rey. A mucha gente le daría algo de pena bailar así a los 30 años. Su familia le decía que ya era tiempo de madurar, de sentar cabeza y buscarse una casa propia y un trabajo bien pagado, pero él no quería. Vivía con sus padres aún, así que no necesitaba casa propia. Su modesto trabajo de oficinista le pagaba lo suficiente para emborracharse, salir de fiesta y comprar ropa elegante y a la moda junto con cualquier otro capricho que su banal corazón codiciase. La vida era simplemente bella. ¿Sentar cabeza? ¡VAH! ¿Para qué? A él le gustaba seducir mujeres atractivas para llevarlas al hotel, mujeres de una noche las llamaba, pues jamás las volvía a llamar. Vino a este mundo para disfrutar y a eso se dedicaba, o al menos así pensaba Carlos.

Entonces lo recodó, la fiesta. La otra noche había sido invitado a una fiesta en la disco con sus colegas del trabajo. Sabía que en esas salidas de colegas pasarían dos cosas, una; se emborracharía como el que más, quedaría como una cuba, y dos; seduciría a cualquier minifalda con piernas bonitas y buenas nalgas que se encontrase. Sus amigos ya le conocían, ellos sabían cómo era Carlos, de seguro querían que fuese para alegrarles la fiesta con sus bailes y sus chistes racistas. A todo el mundo le gustan los chistes racistas sobre todo a sus colegas del trabajo: Juan, Miguel y chico indú cuyo nombre jamás se acordaría ni aunque le pagaran.

Esa noche, se había vestido con una de sus mejores camisas. Hacía poco que había salido de la peluquería y su corte de pelo le daba un aire de galán tan irresistible que cuando se veía en el espejo él juraba y sostenía que si se encontraba a sí mismo en la disco se seduciría y se auto-follaría. Cuando llegó se pasó un par de horas bebiendo y contando chistes con Miguel y el chico indú, Juan se había conseguido ligar a una chica de unos venti-pocos con un buen par de tetas. Era rubia, las favoritas de Carlos y tenía un trasero de campeonato, tan redondo y firme que le daban ganas de frotar su rostro ahí. Sí, a Carlos le gustaba sumergirse en la "abundancia". Pasó un rato, le dio envidia ver a Juan morrearse con la rubia como un adolescente calenturiento mientras que él sólo compartía labios con los vasos de cristal portadores de alcohol. Asique que dejó a sus amigos apenas vio unas posaderas equiparables a las de Dios; una chica castaña había pasado caminando con dos tragos, uno en cada mano y se había sentado en la barra. Carlos no lo resistió, se le sentó en un lado y con una sonrisa blanca de actor de cine y una mirada que delataba sus intenciones. La chica castaña lo vio de vuelta con una curiosa expresión, cuando se percató de lo bueno que él estaba (o al menos así lo creyó Carlos) se giró en su dirección mientras cruzaba la pierna. A lo lejos, un par de asientos por detrás de él, uno de sus compañeros de trabaja, Moises, creía recordar Carlos, estaba sentado bebiendo, miraba a la chica también, pero Carlos le dedico una mirada asesina y Moises se intimidó y bajó la cabeza, la chica se percató de esto y se rió.

—¿Para quién es ese otro trago, dulzura? —Inquirió el casanova.

—¿Este trago? —la chica miró a Moises, le sonrió y lo miró con desdén. El trago era para él, pero la chica rodó el vaso hasta el alcancé de Carlos, le dio la espalda a su otro pretendiente y dijo—; para ti, te estaba esperando.

—Genial.

Carlos, que ya estaba bien bebido, empezó a tomar junto a la chica y a decirle todo lo que ella necesitaba escuchar para llevársela a la cama. Unas palabras volaron por aquí, otras palabras volaron por acá. Y la magia se hizo. Carlos se la llevó afuera y detuvo un taxi. Se detuvieron en el hotel que Carlos acostumbraba usar para sus aventuras. No era el hotel más elegante. Cómodo sí era, barato también. Lo suficiente para convertir a Carlos en un cliente frecuente. Siempre era la misma rutina. Ya hasta conocía al tipo del mostrador y siempre le daba la misma habitación, la 36. Siempre había una botella vino y un par de condones bajo la almohada de la 36. A Carlos le divertía que siempre fueran un par. Usaba uno y se guardaba el otro para la próxima. Tenía una caja llena de condones de hotel en su habitación.

Apenas entraron iniciaron los arrumacos. Algunas prefieren disfrutar del vino y embriagarse un poco. Otras quieren que les cuentes tu vida y lo qué haces. Pobres ilusas, buscando al hombre de sus sueños y pensando que lo encontraran en una discoteca y estando medio borrachas. Esta no era así, esta fue al grano. Lo desvistió antes de que él tan siquiera pudiera darse cuenta. Ya lo había dejado a él con las bolas colgando al aire cuando él apenas había quitado el sostén. Tenía unos senos grandes, fibrosos al estrujarlos y suaves como la seda, más que la seda. Le encantaban. Sintió el impulso de besarlos, chuparlos y frotar la cara contra ellos, tenía una especie de fetiche con las mujeres embarazadas, a menudo fantaseaba con follarse una y chuparle los senos para emparrarse la cara con leche materna. Todos tienen fetiches, él no juzgaba ninguno porque los de él eran raros. Como masturbarse viendo a dos chicas besándose o hacer un trio. Lo de las chicas solía hacerlo con la lapto de su habitación, lo del trío sólo lo había hecho una sola vez con un par de gemelas rusas. Se quedó con ganas de más. Aún recordaba con deseo de Britanía y Grelda.

Ella le besó el cuello y empezó de devorarlo, había algo raro en la forma en que ella hacía el amor. En casi todas las beses que él había tenido sexo siempre fue él quien dominó, quien dio, quien conquistó, pero esta mujer era algo nuevo, lo besaba con dominio, lo tocaba de una forma tan pervertida que casi se sentiría violado. Las manos de ella rosaban sus podaderas, apretujaban, nalgueaban, y sus dedos empezaron un desfile morboso desde su cuero cabelludo hasta aventurarse a la puerta de su ano.

—Espera —la detuvo él un instante, no le gustaba que le tocaran el ano. Decía que esa parte era solo para las mujeres y los maricas—, por ahí no. —Dijo.

—Por ahí sí —le rebatió ella, besándolo intenso. Muy intensó, antes de que se dieran cuenta ella había roto sus defensas y sus dedos lubricados con saliva habían penetrado su estreches y se hundían y escarbaban.

Ahora sí se sintió violado, sólo por un breve instante, luego le gustó. Pensó que la estimulación ahí abajo no estaba mal si era una mujer quien lo hacía después de todo, empezó a disfrutar. Se sentía rico, muy rico, se le movía todo en su interior. Estaba atrapado en una especie de éxtasis mágico... pero luego, con una fuerza formidable que él no supo de donde salió, la mujer lo volteó, se cuerpo impactó contra la cama de hotel y esta rechinó cuando él rebotó en el colchón. Todo pasó tan rápido que él no supo cómo reaccionar. Estaba sorprendido. Ella le besó el cuello y bajó con besos húmedos y calientes hasta el agujero entre sus posaderas, su lengua se sentía amplía, más de lo que él recordaba, húmeda y fría. Eso era raro, una lengua debería de ser cálida, no fría...

Y luego lo sintió, la lengua se había ido para darle paso a algo más grande, algo que tenía cabeza y tronco, algo que estaba cálido porque la sangre hervía bajo la carne...

Y estaba duro.

No, no podía ser. Era una mujer, él sabía que era una mujer. ¡Él la había besado de lo lindo por ahí abajo! Lo que sentía en la entrada de su recto no podía ser cierto, debía ser una alucinación. Pero no lo era. Todo su cuerpo se tensó y empezó a sudar. Por alguna razón se sentía indefenso.

—No te pongas nerviosa princesa —la voz le había cambiado, ahora era más profunda, seguía siendo femenina, pero monstruosa, y se escuchaba como si estuviera debajo del agua, como una criatura de pantano—. Si te tensas te dolerá ¡jajajajajaja! —y rió y rió y rió. Su voz se hacía más profunda y aterradora con cada segundo. Y ahí, sin que él supiera que hacer... empezó a penetrar. 

CONTINUARÁ (?)

SEXY DEMONSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora