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Lo último que recordaba era haber sido penetrado hasta el desmayo. Gracias a Dios no podía recordar la sensación. Su ano se sentía irritado y profanado. Jamás volvería de dejar que lo tocaran ahí abajo. De hecho, no estaba seguro de si quería que lo volvieran a tocar nadie más en un tiempo.

En medio de la penumbra lloró como un puto crió y bramó maldiciones. Estaba aturdido, pero no lo suficiente para olvidar lo que le hicieron. Fue tan horrible...

En medio de la agonía, el dolor de culo y el llanto... se dio cuenta de dos cosas, no sabía cuál de las dos era la más terrible;

1) Estaba encadenado, sus manos estaba esposadas y estas mismas esposas pegadas a una cadena. Podía mover sus manos, pero la cadena pendía del techo tintineando. Sus piernas también estaban comprometidas, los tobillos tenían gruesos grilletes que le molestaban, estos estaban conectados a través de una cadena a una bola de acero enrome junto a él. 2) estaba sentado en el suelo frío del sótano, completamente desnudo... y tenía frío

¿Dónde estoy? Se preguntó. Intentaba recordar el cómo, el por qué y cuando había llegado hasta allí, mas cada vez que intentaba hacer memoria, el recuerdo de él mismo siendo penetrado por alguien o por algo que en un principio estaba seguro era una mujer lo asaltaba. Y el dolor, la vergüenza y la humillación lo invadía. Seguía llorando. Jamás se había sentido tan vulnerable en la vida. Pensó en las mujeres y lo que sentían cada vez que él llegaba con sus prominentes 18 centímetros y lo enterraba sin piedad. Pero al menos eso era lo que ellas querían, a él no lo dejaron escoger.

—¡Maldición! —vociferó. Su voz a travesó el sótano, rebotó en las paredes y regresó en forma de eco. Testimonio poco alentador el que lugar le presentaba al cautivo, significaba pues, que estaba solo en una habitación fría, húmeda y vacía. No había nadie quien pudiera consolarlo en su desdicha... o por lo menos eso pensó la primera media hora.

No se percató, no tuvo una mínima señal, esta que estuvo en frente de él y su voz lo invitó a levantar la vista.

—Vaya vaya... parece que el invitado ya se despertó.

Despegó las manos de su rostro, se limpió rápidamente las lágrimas con el dorso del brazo y miró hacia arriba, pues echo un ovillo él estaba. No podía creer lo que sus ojos veían, era él... ni más no menos que el tipo del bar, su compañero de trabajo... ¿Cómo se llamaba? ¿Pepe? ¿Alfonso? ¿Rodrigo? ¿Camilo?

—No te acuerdas de mí, ¿O sí?

­—Sí, s-si. Yo te conozco. ­—el sujeto rió entre dientes con malevolencia y sonrió­— O-oye, saca... Sácame de aquí por favor. Llama a la policía.

—¿Llamar a la policía? ¿Y cómo para qué?

—¿¡Para qué más cabrón?! Tengo que salir de aquí, ayúdame con las ca-

—¿En verdad te crees que vengo a ayudarte?

—¿C-cómo? —soltó Carlos débilmente

—Eres menos listo de lo que yo pensaba. Digo, apareces encadenado a una pared en un lugar extraño, completamente desnudo... y piensas que la primera persona que ves ha venido a ayudarte. Parece que la cerveza te pudrió el cerebro ¿no? Es de esperarse, un tipo fiestero y zorro como tú poco cerebro debe tener.

Carlos aún no lo procesaba bien. ¿Este tipo lo estaba insultando? ¿De esa forma y tan calmado? Eso lo llevó a pensar lo peor: era él quien lo tenía ahí adentro. Carlos se enojó.

—Maldito cabrón. ¡Sácame de aquí ya mismo! —vociferó Carlos a todo pulmón. El sótano le devolvió las palabras en forma de eco.

—Que tonto eres. Y hasta crees que te voy a soltar tan fácil. Me da risa.

SEXY DEMONSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora