El Karlskrona y el Gulf of Stars fondeaban uno cerca del otro en los King's Dock's, el primero con su bandera sueca y el segundo, pese al nombre en inglés, con bandera panameña. John las conocía casi todas.
Los marinos solían ser gente peculiar. Del más cerrado podía conseguirse una moneda de seis peniques por el simple hecho de darle una seña o recomendarle una pensión portuaria, y del más amigable una cantidad parecida, o superior, si se sabían jugar debidamente las bazas precisas. Cuando tenía cinco años, e incluso antes de que acabara la guerra, los americanos se convertían en papá noeles, con sus bolsillos cargados de chicles y chocolate. Llegaban a Liverpool, el primer puerto inglés de Atlántico, o hacían escala en la ciudad. Liverpool era el gran paso, la puerta que giraba y giraba sin cesar, como si fuese un inmenso batiente en la geografía británica.
El marinero bajó la escalerilla de Gulf of Stars, un paquebote destartalado que milagrosamente flotaba. Era mestizo. Iba cargando con un petate corriente. Saludó al oficial de guardia y pisó tierra con una sonrisa. Luego echó a andar.
El lugar que ocupaba John, apacible y despreocupado, era estratégico. Estaba subido en un murete.
El puerto en otoño atraía sin poder explicar el motivo. Tampoco le importaba, solía guiarse por su instinto. El puerto, y especialmente su gente, eran la libertad, el paradigma de lo inescrutable, el misterio de lo desconocido. En sus ojos llevaban el reflejo de las estrellas de otros cielos, y en sus zapatos el polvo de otros caminos, de ciudades fascinantes. Tenían mil historias guardadas en sus cabezas, y la sensación de dar vueltas en círculos, sin ir a ninguna parte, como a veces le sucedía a él.
Y eso que jamás se había movido de Liverpool.
— ¡Eh, chico! ¿Te interesa comprar buenos discos?
El marinero estaba a su lado, y el saco en el suelo, aunque bien sujeto con su mano derecha. John le miró confuso por la pregunta.
— ¿Qué clase de discos? –preguntó, desconfiado.
—Discos –repitió el hombre, como si esto solo ya fuera suficiente–. Lo más nuevo de Estados Unidos.
— ¿Johnnie Ray, Cole y todo eso?
— ¡Vamos, chico, te estoy hablando de música! ¿Y de quién me hablas tú? ¡Yo hablo de rhythm & blues!
Se agachó, abrió el petate, metió una mano y sacó media docena de discos, parecía que estos eran el único contenido del saco. John vio en las cubiertas los nombres de Little Walter Jacobs, Lightnin' Hopkins, Big Bill Broonzy, Big Mama Thornton, Professor Longhair.
—No conozco a ninguno –dijo el muchacho.
La desilusión se asomó al rostro del marinero. Su voz jugó a toda una sinfonía de inflexiones.
— ¡Diablos! –miró a su alrededor–. ¿Esto es Liverpool? ¡No, me habré equivocado! Claro que puede ser Liverpool y yo he tenido la mala suerte de dar contigo –hizo un gesto de conmiseración–. ¡Bah, aquí en Inglaterra no hacéis más que porquería musical, y es una pena!
Metió de nuevo los discos en el petate y John tuvo una de sus intuiciones. Se movió inquieto. Discos americanos de verdad, y al alcance de su... contó mentalmente el dinero que llevaba en el bolsillo, todo lo recogido en su cumpleaños.
—Si pudiera oírlos...
— ¿Oírlos? –le salió espontáneamente–. ¡Me los quitan de las manos, chico! Ahí delante –y señaló la cuidad– sí hay gente interesada de verdad. Yo creía que tú eras uno de los listos, que no querías que nadie se te adelantase. Tengo prisa y clientes. Lo siento.
Hizo ademán de querer continuar su camino.
— ¿Cuánto? –preguntó John.
— ¡Ah, veo que te interesa y estás regateándome! –Dijo el marinero guiñando un ojo–. Está bien, veamos; llevo unos cien –escrutó la cara de su posible comprador al decir–. ¿Tú no llevarás encima cinco libras?
La cara de John le indicó que no las llevaba.
—Son de lo último, chico, están prácticamente nuevos y has de valorar el transporte.
John parecía desalentado, pero superó la primera impresión. Aquel tipo tenía ganas de comenzar a vaciar su petate, y difícilmente colocaría todo el lote de una vez. En una tienda tampoco le darían más.
Aquellos discos parecían extraordinariamente buenos.
—Seis por un chelín –ofreció de repente–, y yo los escojo.
Un claxon cercano ahogó la protesta del marinero.
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El joven Lennon
Teen FictionJohn sueña con tocar la guitarra, tener su propio grupo y hacer una música que nadie haya hecho antes. Pero con dieciséis años no es fácil tomar las riendas de la propia vida. Sin embargo, John logrará, paso a paso, cumplir su sueño. EL JOVEN LENNO...