— ¿Has pagado media corona por esto?

La voz de Griffiths reflejaba todo el horror que sentía. Shotton y Hanton secundaban perfectamente su incredulidad.

—Esto es música de verdad, lo que se hace en América, y aquí no nos enteramos porque la BBC solo pone las cursiladas de siempre.

— ¿Cómo sabes que es música de verdad, lo último y todo eso, si ni siquiera los oíste al comprarlos? ¡Ese marinero te hizo un lavado de cerebro y te endosó un muerto!

— ¡Pero bueno! –John dejó de defenderse y pasó al ataque–. ¿Tú crees que yo no sé quiénes son Big Mama Thornton o los Ink Spots?

Sus tres compañeros quedaron desarmados. Griffiths le miró con un destello de admiración.

— ¿De verdad los conocías?

—Si a uno le gusta la música, ha de estar preparado y enterado de todo lo que funciona. Por supuesto no conozco estas canciones –subrayó las dos últimas palabras–, porque son las últimas que han grabado.

— ¿De qué estilo son? –preguntó Shotton.

Rhythm & blues –recordó las palabras del marinero en pleno negocio y agregó–: El rhythm & blues es la base del montaje americano, ¿sabes? Los negros hacen las canciones y luego van los blancos, hacen su propia versión, la endulzan, y las convierten en éxito. Pero ¡Aquí está la inspiración original!

Hanton digo resignado:

—Pero en Inglaterra todo lo que no sea Skiffle....

— ¿Y qué te crees que hacen los artistas ingleses, cabeza de chorlito? Apuesto a que casi todo lo que oímos viene de discos como estos. Hay que ir a las raíces del asunto. Sí te quedas en la superficie...

Colin Hanton siempre había sido el más reacio. La oratoria y el poder de convicción de John se estrellaban en él.

—Mira, Lennon, es tu dinero, así que si quieres tirarlo... Yo sólo digo que esto es música de negros y que aquí en Inglaterra no interesa. ¿Conoces a alguien al que le guste este ritmo?

—Yo tengo un tío trabajando de camarero en un club, en la zona de Upper –dijo Shotton–, y por lo visto tocan artistas negros y está siempre lleno.

— ¿Lo ves? –saltó John. Luego se dio cuenta de la importancia de lo que acabada de decir su compañero y se dirigió a él–. Oye, ¿por qué no me habías dicho nada de ese tío tuyo y del club?

—Porque comenzó a trabajar hace un mes, poco más o menos, y hasta la semana pasada no lo oí decir en casa. A la familia no le gusta mucho y creo que han tratado de evitarlo.

—Un club aquí mismo, en Liverpool –insistió John entusiasmado–. Por lo que sea, la música de verdad la hacen los americanos. Hasta Chris Barber acaba de sacar un álbum que se llama New Orleans Joys. Con estos discos nos hemos adelantado por una vez a todos y por lo visto los marineros del puerto llegan siempre cargados de discos.

—En lugar de charlar tanto, ¿por qué no los escuchamos? –apuntó Eric Griffiths.

— ¿Vamos a tu casa, Lennon? La mía cae más cerca, pero mi madre odia la música. Tu tía, en cambio...

Se alejaron de la zona de la escuela, la Quarry Bank High School, en la que todos habían ingresado en septiembre de 1952. El viejo edificio construido en 1922 y ubicado en Harthill Road se les antojaba a veces una segunda casa. Pasaban más tiempo en su interior que en ninguna parte. Lo que más odiaban era el uniforme, el jersey negro con el babge en el que destacaba el lema de la escuela: «Ex hoc metallo virtuten». Estaban en los comienzos de su cuarto año.

A medida que se acercaron a la casa, la discusión en torno al verdadero valor de la música negra decreció hasta convertirse en silencio cuando entraron.

Tía Mimi apenas tuvo tiempo de hablar.

—Hola, tía –John, muy alegre, le dio un beso en la mejilla–. Vamos a mi habitación a oír unos discos. No te importa, ¿verdad? No armaremos jaleo, tranquila. ¿Los conoces a todos? Bien; vamos chicos.

Subieron al dormitorio de John como una pequeña tormenta silenciosa, y se acomodaron como pudieron: Eric Griffiths en la cama, Pete Shotton en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, Colin Hanton en la única silla, sentado al revés. John colocó el primer disco en el aparato.

— ¿Dices que esto es nuevo, lo último? –se burló de pronto Hanton recogiendo la funda vacía–. ¡Aquí dice mil novecientos cincuenta y tres, hace dos años!

John no le contestó, y hasta Hanton cerró la boca atrapado por la mágica y brutal violencia del sonido que saltó al aire desde el altavoz. Un cúmulo de armonías fuertes, incisivas, viscerales, que surgían de una voz extraordinaria, envuelta en una instrumentación vital, escueta pero rebosante de energía, los dominó.

El Hound dog de Big Mama Thornton los elevó a un clímax musical jamás soñado por ellos. 

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⏰ Last updated: Sep 04, 2017 ⏰

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El joven LennonWhere stories live. Discover now