Querido—ya no—amigo mío
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Al final no pude dejarle allí. Pues esa arrugada hoja de papel representaba mis sentimientos, y así tú lo hubieses hecho a un lado, ellos habían sido sinceros y no podía arrojarle como simple basura.
Envuelta en una mentira, junto a mi dolor, las lágrimas, unas mudas de ropas y toda mi dignidad la metí en la pequeña maleta que me llevé la madrugada en que escapé de aquella ciudad —tan inundada de ti—, ayudado de la última persona de quien lo hubiese imaginado. Mi tío. Alguien a quien siempre había visto con desagrado.
Pero igual que me equivoqué contigo, lo hice con él.
Fue él, con sus ojos fríos, su parco hablar, sus manos callosas, grandes y cálidas quien me brindó un refugio para que yo pudiera reparar mi corazón, olvidarte para siempre.
Él fue más que un padre para mí. Fue mi verdadero primer mejor amigo.
En interminables días, largas semanas y cadenciosos años el tiempo se deslizó, barriendo a su paso con su escoba de plata y miel todo mi amargo pasado. Y una mañana tan solo ya no había nada de congoja en mi interior.
Mi cariño por ti había muerto.
Dejaste de importarme totalmente y te volviste un alguien que estuvo en mi vida y no regresaría más. Como muchos lo harían, como otros lo han hecho ya, como quise que fuera para siempre.
Pero entonces, el retorcido destino en su caprichoso juego de hilos destrozados nos unió nuevamente.
Desde el otro lado de la calle te vi, mientras la luz amarilla del semáforo te permitía estar en ese lugar, entre un tráfico que tocaba el claxon a lo desesperado porque ya se había pintado de verde y tenías que avanzar, y no lo hacías. Yo supe el porqué. Lo noté.
Quisiste bajar de tu auto e ir hacía mí. Tus ojos desbordaban reproché. Me pedían explicaciones que yo no te daría.
Gracias al cielo, las circunstancias no te permitieron acercarte a mí.
Aunque en ese momento, a mí me dio igual.
Porque sabes, cuando nuestros ojos se encontraron durante ese eterno segundo en que la jodida vida nos puso de frente, y los recuerdos añejos volvieron a mi mente, no sentí nada. No hubo nada. Ni dolor, ni pena, ni angustia, ni nostalgia, ni rabia, ni una pizca de cariño.
Fue como si hubiese visto a un desconocido. Otra persona más del montón.
Eso es lo que eras tú para mí en aquel instante.
Nadie.
A mi lado, Hanji aquel idiota con su voz de estruendo me regresó de mi pequeño lapsus que había compartido contigo, y con sus manos apretando mis hombros me instó a que siguiera andando. Por las calles de la zona roja, con las luces de neón bañando nuestros cuerpos y el frío del invierno mordisqueando mis mejillas, nos perdimos entre el gentío.
Ni una sola vez volteé hacia atrás, hacia a ti. Y no volví a pensar en ti aquella noche mientras 'festejaba' entre la verborrea ajena mi cumpleaños.
Realmente ya no significabas nada para mí. Te había olvidado enteramente.
Pero al parecer, tú conmigo nunca lo hiciste.
Y es que en el transcurso de la semana venidera, te sorprendí espiándome desde las sombras nacidas de la claridad de los faroles en las luminarias públicas, entre las grandes hojas de algún arbusto, más allá de las esquinas por las solitarias calles hacia mi hogar, frente a los cristales que envolvían mi lugar de trabajo.
¿Por qué lo hacías, Eren? ¿Qué buscas?
¿Perdón?
No tenías por qué preocuparte, no era necesario. Pues cuando dejaste de ser parte de mí, te había perdonado. Así que, no debiste buscarme más.
Eren, alguna vez creí conocerte. Creí que eras mi complemento, esa persona que es tu refugio ante las oscuras situaciones a los que se enfrenta día a día. En aquel entonces me equivoqué en ello contigo, y me hiciste mucho daño. Ahora, nuevamente me volví a equivocar con tus intenciones, como lo hice en el pasado.
Tarde lo comprendí.
Cuando ya no había marcha atrás.
Es que tú, no buscabas que te perdonase, no buscabas arreglar las cosas de nuestro terrible pasado para seguir en santa paz.
No.
Tú querías volver a tener lo que creíste era tuyo exclusivamente y para siempre.
Aunque en eso, también me equivoqué.
Era más intenso tu deseo.
Un deseo que yo no logré concebir en el pasado porque mi sincero cariño lo ocultó a mis ojos.
Hoy el frío del invierno es más crudo. Hoy ya casi un año desde que me trajiste a este lugar.
Hoy nuevamente es mi cumpleaños y el único sonido musical que tendré para mí, es el de los grilletes que atrapan mis manos y piernas, y se entierran en mi piel, haciéndola sangrar.
Hoy no recibiré regalos. Ni felicitaciones. Porque solo tú y yo estamos aquí, y tú jamás me dirás algo bonito, tampoco me darás algo, aunque dijiste que lo harías, pero yo no puedo llamarle obsequio al hecho de que me darás un nuevo libro para leer y garabatear, a cambio de que me arranques las piernas y la lengua.
Yo te quise, Eren. Yo te he olvidé y dejé ir lo nuestro para evitar el daño.
Pero mírame, tú has vuelto. Volviste para destruir mi vida al aprisionarme y obligarme a amarte.
¿Qué te hice querido —ya no amigo—verdugo mío?
¿Qué hice mal para que me hagas tanto daño?
Perdóname.
Déjame ir.
...
La puerta se abre, la luz pálida de la lámpara del pasillo entra y se filtra, alcanzando la figura agazapada que hasta hace un minuto atrás garabateaba letras medio torcidas sobre un viejo libro que había encontrado allí y ocultaba como su mayor tesoro.
El desnutrido ser se hace una bolita ante la presencia que se cuela y provoca que chirrié el piso de tabloncillos de madera de aquel ático.
Él ha regresado. Él trae una pequeña caja y un hacha.
Él ha llegado a cumplir su palabra.
La figura encorvada sonríe y tiembla. Miedo y alegría, ambos sentimientos lo envuelven. Aunque en realidad no sabe cuál es el real.
—Levi será bueno. Levi no se irá más—balbucea pegándose a la pared como si desease fundirse a ella dejando resbalar el libro que estaba entre sus manos.
—Levi me mintió una vez. Levi se fue. Por eso debo hacerlo, para que cumplas tu promesa. Lo hago por nosotros. Para que estemos juntos para siempre.
Estando a un solo palmo de la bolita temblorosa, su aliento frío desciende por el rostro níveo y congela sus pulmones y crea escarcha en sus oscuras pestañas.
—Este es mi regalo para ti. Una eternidad juntos—la sonrisa del hombre se ensancha—. ¡Feliz Cumpleaños, mi lindo querido Levi!
Elhacha se levanta y el brillo hiriente resplandece quedándose prendido a laretina del hombrecito en el rincón, que cierra los ojos y ahoga un grito y laslágrimas ante el inminente dolor que se cierne sobre él. r:�{�[+
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Querido-ya no-amigo mío
FanfictionQuerer duele, mucho más cuando se debe olvidar, dejarlo ir. [Ereri]