IV

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A pesar de que mis muros habían sido derribados, aún quedaba mi conciencia, aún quedaban aquellos malos sabores y recuerdos de amores pasados. Fui un esclavo del amor varias veces y es que algo se aprende al tropezar con la misma piedra muchas veces y es a no confiar a ciegas. Pero díganme ustedes, ¿El corazón tiene ojos? No, señores no. Quizás por eso es tan idiota. El corazón, solo es un maldito ingenuo que siente y se entrega sin leer las pequeñas líneas del contrato.

Pobre corazón ingenuo, pobre yo.

Pero el enemigo no lo esperaba, no lo imaginaba. Mientras se preocupaba por tocar en mis heridas. Yo me preocupaba por estudiar su vida, por estudiar la hermosura de cada hebra de su largo pelo negro, por estudiar su mirada, sus labios, su piel blanca y poco bronceada por el sol del caribe. Por estudiar el sonido de su voz, sus palabras y los mensajes escondidos en cada una de sus oraciones. Por estudiar sus caderas, el movimiento de sus piernas, sus manos, su olor, su mente, sus gustos y las ideas ocultas en su cabeza. Me había concentrado tanto en estudiar el lenguaje de su cuerpo y la frecuencia a la que vibraba cuando se encontraba cerca del mío.

Una carta abiertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora