VI

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Yo no quiero morir, siempre he pensado

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Yo no quiero morir, siempre he pensado. Tenía un moretón en el ojo, esa vez no fue un golpe capaz de ser cubierto con mi antigua amabilidad (y maquillaje barato). Los celestes ojos de mi amante furtivo quemaban mis pestañas aguadas. Quería llorar, pero no tenía un simple porqué para hacerlo. ¿Soraru-san me golpeará si escucha mi llanto? De tantas veces que lo ha hecho ya habrá acumulado un par de cupones imaginarios para una ultraviolencia justificada, extrañamente por mi actuar. Nunca abandoné la posibilidad de recibir una cachetada, un empujón, una patada, un golpe, una mordida o un corte de él; Soraru-san era el hombre perfecto, pero mis inmarcesibles traumas no se dieron a torcer en mi mente.

Él nunca me golpeó, nunca lo ha hecho y posiblemente nunca lo hará. Aunque yo deje mi fatalista imaginación a todo tipo de dolorosas posibilidades, la más terrible no tenía que ver con una consecuencia visible. Mi corazón ha sido destronado del reino de sus sueños, esa fue la única promesa que me hizo alguna vez. Una sola mentira me hice creer, ignorando el saco de huesos al que aún me aferro. Él está enfermo, desquiciado y olvidó cada uno de sus pecados en mi boca, me ha llenado de un aroma acedo y heridas en mi ropa. No estoy asustado por mí o los moretones que mi hermano dejó en mí la semana pasada, la anterior, el mes pasado y el anterior a ese, el año pasado, la primavera, el invierno, el verano; por primera vez no estaba atemorizado por los hematomas que mi abyecto familiar me había regalado la mayor parte de mi vida.

Porque Soraru-san había dicho que mi corazón era más importante que su propio egoísmo.

Mis piernas están entumidas, ninguno de los dos ha dicho algo en más de quince minutos

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Mis piernas están entumidas, ninguno de los dos ha dicho algo en más de quince minutos. No he mirado sus ojos porque siento que me atrapará de nuevo. Actualmente tengo miedo de que su corazón haya dejado de latir y yo ni cuenta me hubiera dado.

Con suerte puedo respirar en esa nube de desdicha, mi corazón late atorado en el vacío fatídico de mi pecho. ¿Por qué mis brazos se sienten como gelatina secando? Estoy asustado porque en polvo me convertiré a causa de mis mentiras. Mis piernas sumisas se levantan siguiendo la orden del lamentablemente hombre que amo. ¿Por qué alguien tan joven debe sufrir tal triste desgracia moral? Me siento indignado de alguna manera, estoy enojado hasta la última hebra de mi cabeza. Con cuidado apoyo su grácil espalda contra la pared húmeda.

Y no puedo mirarlo a la cara por culpa de lo que haré.

–Estoy enamorado de ti–y me levanto suavemente; como si estuviera huyendo de mi depredador. No escapo porque sigo sus órdenes aún sumiso, lo que soy y siempre he sido, una víctima que no tiene más opción que seguir los deseos de su supuesto enamorado, los de su familia, profesores, amigos, sin mirar el suyo mas que como en una vitrina de feria, demasiado caro, imposible de comprar. Imposible de cumplir el único deseo impuro que tendremos en el pecho oculto, esperando que nuestra enfermedad se marchite entre la crueldad de las personas. Soy el personaje secundario de mi propia historia de terror.

–Debemos terminar–me dice.

Me doy la vuelta y salgo por la puerta del baño. Con el alma en la boca, o la garganta apretada hasta el tope por culpa. No me permito decir algo más por algo que yo mismo ocasioné.

 No me permito decir algo más por algo que yo mismo ocasioné

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Teníamos tan poco en común. A mí me gustaba la música fuerte, chillona, esa que te hace gritar la letra como un desquiciado y bailar como un payaso de feria. A Soraru-san la música suave que se escucha por los vagones del metro, la que te hace dormir por horas y la deseas tener de fondo en tu vida por lo triste que suena. Me gustaba usar la guitarra eléctrica del club de música, a él la acústica. Me gustaba comer dulces y él los vomitaba. Me gustaba el rosa chillón y el negro, a él el azul eléctrico y el blanco. Tenía las uñas pintadas y él las tenía [tiene] mordidas.

Me gustaba tener heridas y a él curarme. Quizás era una manera de manipularme, porque de lo enamorado que estaba terminé peor, contagiado de una enfermedad incurable con el tiempo, atestado de él y yo. Completo de pensamientos marchitables e imposibles de cumplir, marco el número de una ambulancia llorando, no sé si por su condición física o por mi inminente corazón roto. Quizás por los dos.

 Quizás por los dos

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Huesos | mafusoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora