Hacia tiempo que no hablábamos, quizás ella se había asustado por lo que había hecho con su perro, pero a mi no me importaba, a mi me excitaba y eso era lo único que me importaba.
Salí a caminar, recordando todos nuestros momentos felices, hasta que me encontré con un hombre el cual estaba sentado en un banco de la plaza central, solo, triste, con una preciosa camiseta de Hey Arnold, con una foto de Helga, el personaje más sexy.
Me acerqué y descubrí quién era, era el abuelo de ella, y me acordé la razón, el conocía a mi abuela, era muy amigo de ella, lo saludé, pero sin querer, le erré a la mano y le toqué el bulto, me sonroje de la vergüenza pero el me hizo una guiñada, la cual me dio la confianza que necesitaba, le pregunté si había visto a su nieta, me dijo que sí, que estaba en la casa de su tía, también me dijo que me iba a acompañar. Lo seguí, tenía buen trasero, no me resistía a tocarlo, simulé que me caía, mi cara aterrizó directamente entre ambas nalgas perfectamente formadas, me excité, fue un momento excitante, inolvidable, el pináculo de mi clímax, el se dio vuelta riéndose, me agarró de la mano y caminamos de esta forma por el resto del trayecto.
Llegamos a la casa, entré y él cerró la puerta detrás mío, y me dijo que antes de ver a ella, tenía que pasar un rato con él, me sonroje y rei de forma juguetona, el me agarró de los hombros, y me propuso sentarme en sus rodillas, me hizo el caballito ico ico, mientras me imaginaba a un raviol, perfectamente armado, con su relleno perfecto y grité de la excitación. Esto por supuesto llamó la atención de ella, la cual bajó corriendo por las escaleras, pero se tropezó y cayó estrepitosamente, me fui de la falda de su abuelo a abrazarla, ella me pegaba pero yo la quería, la intenté abrazar pero ella se protegió con los brazos, la comenze a lamer y a frotarle mi raviol de emergencia, ella gritaba y pataleaba, mientras largaba jugos vaginales, me excité y fuimos hacia su cuarto.