Entramos en su cuarto, en un fervor raviolístico digno de dos leones en la savana, dos ratas en una alcantarilla, dos ravioles en una olla, dos lentejas en un guiso, dos albóndigas en un plato de tallarines, la agarré de los codos, estaban más suaves y grandes que de costumbre, me excité y la hice gritar de la emoción, la tiré violentamente sobre la cama, le froté mis codos hasta que la piel le quedara roja, y entonces decidí que tenía que hacerlo, agarré mi carne y la metí en su tuco, agarré el tuco con carne y le metí mi tallarín, habíamos hecho la comida perfecta, carne, tuco, ravioles y tallarines, grité de la excitación y me vine, dentro de ella, convulsionamos de la emoción, se desmayó y cayó sobre mi desnudo cuerpo, soñaba de pasar un vida con ella, y sólo lo podía lograr de una manera, la amaba, como amo al tuco con carne.