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SIMÓN

Dos días y el chico de piel morena no contestaba al mensaje, Simón se había sentido ofendido.  No es que antes lo hubiera hecho, pero no había rastro de ni un visto, esas rayitas que rompían el corazón de tantas personas, que armaba problemas en las parejas y que hasta a veces hacia morir la dignidad de tantos. Pero no estaba, no había ningún rastro, era como si esa cuenta ya no estaba en uso.

Pero no era tonto, le había dado una ojeada a todas las cuentas, era de alguien que recién había comenzado en el mundo de las redes, por ende debía estar conectado como un novato descubriendo de que se trataba.

— ¡Simón baja de esa habitación ahora mismo!

Contestó los mensajes que estaban en su Whatsapp y caminó hasta donde Isabelle le había llamado, era una buena amiga, siempre estaba defendiendo cuando se trataban de bromas de sus amigos, pero cuando estaba en sus momentos de enojos, era alguien dificil de tratar. 

Bajó por las escaleras sintiendo su cuerpo contracturado, era una negativa de estar sedentario la mayor parte del día, sus huesos con cada movimiento hacían un ruido tan fuerte, que a veces le hacía preocupar. A veces.

— ¿Qué sucede?

La casa estaba sola, todos trabajaban excepto Isabelle quien se encargaba de la casa, el mientras tanto era quién le gustaba pasar la mayor parte del tiempo en casa, estudiar para sus clases de universidad a través de internet y después, solo pasar tiempo con su celular.

—Mira lo agitado que estás mocoso, no puedes ni bajar una escalera sin comenzar a agitarse—se quejó ella.

Simón rodeó sus ojos y se cruzó de brazos. Se había ido de su casa para ser más independiente, pero al parecer había obtenido una segunda Elaine, gruñona e histérica por segunda vez en su vida.

— Vine lo más rápido que pude a ver qué te sucedía.

Tenía un poco de razón la chica, estaba agitado, pero no iba a darle la razón de ello, en cambio se limitó a negar que su sedentarismo tuviera algo que ver.

— He estado limpiando todo el día ¿Y tú has estado haciendo qué?— preguntó la chica— Nada.

Simón se cruzó de brazos mientras ponía sus ojos en blanco, había escuchado tantos de eso. Isabelle era una obsesiva por la limpieza, si él quería limpiar su amiga le decía que estaba haciendo las limpiezas mal y terminaba ella limpiando por segunda vez. Y ahora se estaba quejando de nuevo.

— Tú me dices que no tengo el don para la limpieza.

Y era la verdad, la habitación era un chiquero, las ventanas siempre cerradas para que el sol no entrara, su ropa esparcida por los suelos sin poder diferenciar cuales eran las limpias y las sucias, hasta él se sentía asqueado por su habitación.

— Harás un trabajo digno de ti.

La chica comenzó a caminar hacia el patio, donde el pasto, los yuyos secos y las flores marchitas estaban arruinando el lugar, había sido encargue de Jace hacer las limpiezas de ese patio pero con sus clases de profesor de boxeo y defensa personal encontraba las excusas justas para evitarle.

— Tienes mucha diversión para un buen rato.

Simón recibió en sus manos una bolsa con todo lo que podía utilizar.

— Es mucho— se quejó Simón.

— Tienes la cortadora de césped por aquella casita, pero las flores debes hacerlo con lo que está aquí adentro.

La chica antes de recibir alguna queja por parte de Simón entró a la casa dejándole solo, a no verla sacó su celular de su bolsillo para ver las redes, pero una mano se lo saco para cerrar la puerta con llaves. Simón sorprendido volteó viendo como Isabelle sonreía mientras hacía burla de que tenía el celular en sus manos a través de la puerta mosquitera.

— No te lo voy a dar Simón, hasta que termines tu trabajo— dijo ella— nada de quejas.

Simón sintió como su respiración se aceleraba y trató de respirar con tranquilidad, no conseguiría nada si entraba en ansiedades. Hoy debía hacer algo productivo y esperar que el día no fuera peor de lo que iba a hacerse.

—Tengan piedad de mí.

El chico del otro lado de la pantalla. •Saphael• [Reeditando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora