CAPÍTULO 5

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Dicen que el camino se hace más largo de ida, que de vuelta. Pero esa teoría por mi parte era más descartada.

Con cada raya blanca que pasaba aquel taxi pintadas en el rústico asfalto, cada una de mis ganas porque todo acabara eran más fuertes.

Tenía que tenerlo en mente, el positivismo. Pero era difícil cuando todo lo que está a tu alrededor de alguna u otra manera te recuerda a aquello que no es nada positivo, por lo contrario, es terrible.

Ahora por mi mente no pasaba nada que me ayudase a sonreír, ni a tener más fuerzas de las que debería. Solo quería llegar y dejar de pensar en aquella fría y dolída mirada, de aquel chico que algún día llegó a ser esa persona especial en tu vida que todos deberíamos tener, porque es necesario. Y no de esas necesidades necias, sino imponentes. Porque te dan un motivo y fuerzas para conllevar todo y seguir adelante.

Y lo mejor de todo aquello, es que esa persona deja de ser indispensable porque aprendes, porque te enseña el valor de ti mismo, porque juntos conforman un conjunto de motivaciones y experiencias, que algún día tal vez acabe, pero que todo aquello está ahí, porque se crearon recuerdos, porque forman parte de ti, porque siempre será más fuerte el ser y el sentir.

Y el sentir se estaba apoderando de cada una de mis entrañas. Ya estaba harta de sentir lo que no quería, ¿Por qué no podía formar mis propias sensaciones? Estaba cansada de tener miedo a la verdad, a mi propia realidad. Ya no quería huir del agujero negro que venía tras de mí, que con cada segundo que pasaba se arrastraba un poco más de mí confianza; quería que aquel agujero simplemente se detuviera y yo fuera la que caminase hacia él, pero no como lo había estado haciendo, buscando mi propia destrucción; sino combatiéndola, sin miedo ni escrúpulos.

Mi cabeza ya comenzaba a doler con tantos pensamientos desordenados, pero con completo sentido, y mis ojos se tornaban pesados.

Esto me estaba haciendo daño, tenía que deshacerme de eso....

05 de agosto de 2014

Mientras más me acercaba a la fogata, alumbraba con más intensidad mi visión. Lucas se encontraba sentado sobre el tronco viejo de un árbol, que se posaba al rededor de aquel hermoso fuego. Observando, o tal vez admirándolo.

Me senté a su lado sin decir nada, solo con aquel extraño sentimiento dentro de mí. ¿Amor?

Lucas, después de escasos segundos, dejando de lado aquel retrato fogoso, me abrazó.

—Te quiero— dijo aquella voz gruesa, y divertida. Para luego romper aquel reconfortante abrazo, tras quedar en un escalofriante silencio, que tal vez ni me asustaba, más bien me intrigaba.

En mi mente pasaban miles de sonidos entre sí. Las olas, los árboles, las lagartijas haciendo aquel extraño sonido, las voces lejanas de la gente a varios kilómetros de nuestra posición, la música de algún automóvil, el movimiento de nuestros pies entre la arena, las ramas quemándose poco a poco, crujiendo; y el respirar de aquel chico a mi lado, y el mío.

Pensaba en Lucas y en nuestra actual posición, o más bien, en la mía y en cómo no dañarlo a él.
Todos teníamos defectos, y para agregarle más a nuestra mala suerte, Lucas y yo compartíamos el mismo.

¿Por qué nos cuesta tanto demostrar? Siento tantas cosas que las palabras sobran, pero en vez de sentirlos contigo, termino yo y solo yo. ¿Irónico, no?— lo observé a él y detallé su perfecto perfil, el cual se encontraba alumbrado por la tenue luz que emanaba del fuego— Digo, nos consumimos por dentro Lucas, de dolor y amor, lo queremos susurrar, queremos gritarlo al mundo y a los cinco vientos, al de nuestro mundo ficticio incluso, que te quiero. Pero simplemente siempre hay silencio, simplemente no está, no sucede.

°ADICCIÓN A MI DESTRUCCIÓN.°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora