CAPITULO 4

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Aveces tenía días como estos, en los cuales no sabía diferenciar una actitud de otra, una realidad de una mentira, un posible de un imposible.

Sabía y conocía mis facetas constantes, pero aún así no cambiaba el hecho de frustrarme conmigo misma y aun así no hacer nada para dejar de sentirlo.

Había días en los que ni siquiera quería hablar o sentirme viva, dudando de si realmente lo estaba. Porque hay personas que piensan que las personas que no saben disfrutar de su vida, están muertos en vida, y desgraciadamente yo había formado parte de ese gran circulo vicioso.

Las personas normales estaban en grupos de ajedrez, estudiaban o salían a hacer ejercicio, yoga, jugar fútbol, aprender algún idioma, algún curso de cocina... Joder eran muchas cosas que diariamente las personas hacían con sus vidas y las disfrutaban. 

Yo en cambio pertenecía a aquel pequeño y particular grupo que alcanzaban a disfrutar de su propia destrucción, eran adictos a eso.

Yo lo había llegado a hacer, había tocado fondo, había ahogado mi vida en recuerdos perdidos y palabras no dichas, en acciones borrosas y sentimientos erróneos, en miradas oscuras y en besos vacíos, en disfrutes mal vistos y en un presente oscuro, desganado, viviendo por vivir y soñando con miedo a lo que en realidad vieran mis ojos.


Sabía que se encontraba justo detrás de mí, su presencia, su olor, era fácil adivinar. Aun así, no moví ni un solo dedo, no me molesté en voltear, sabía a qué venía. Solo continué observando aquel cuadro que se movía con él va y ven de los autos y personas en el exterior.

Quería formar por primera vez, extrañamente, parte de aquel peculiar cuadro viviente. Quería saber qué se sentía ser una persona normalmente peculiar, que caminaba por las calles sin miedo a lo que juzgasen, a la chica de la sombría mirada y deslumbrante sonrisa, porque así me imaginaba.

A veces solo quería, porque a veces el sentimiento me embargaba, la necesidad, aquella necesidad de sentir algo más que aquel penetrante dolor en mi pecho, aquel nudo que crece y crece al transcurrir el tiempo y los recuerdos. Aquella opresión en el corazón, aquella que a veces te hace pensar que hasta allí llegó tu mirada, que aquel feo paredón de ladrillo será lo último que alcanzarás a ver, y que los murmullos altos del bar junto al sonar de las copas, será lo último en escuchar, y que aquel asqueroso recuerdo, me acompañó hasta el día de mi muerte.

Yo necesitaba no sentirme más así.

—Hora de irnos, Sia.

—Pensé que jamás hablarías, ya me estaba cuestionando mis instintos de reconocerte.

Me estaba preparando para recibir las dagas en mi espalda en cualquier momento de cualquiera persona, siempre me encontraba atenta a las traiciones, decepciones y mentiras. A el dolor, siempre parecía estar alerta y volteaba antes de que ese alguien me destruyera, eso lo había aprendido desde pequeña.

A veces me enojaba, quería parar de querer a esas personas, a esas personas que me conocían tanto y con las que convivía día a día.

Quería no sentir tristeza cada vez que me iba lejos de ellos, a veces por días, a veces por semanas, o incluso por meses. Quería sentir nada, yo había crecido así, ¿por qué ahora no podía, por qué era tan difícil? ellos eran mi debilidad, y yo no podía ser débil durante tanto tiempo. Un año ya era más que suficiente.

¿Cómo les diría que me iría?

—¿Lista?

—¿Supongo? No sé qué esperas que diga, lo siento–– él sonrió, esa era su Sia, yo era su Sia–– Volvamos a esa realidad llamada vida.

°ADICCIÓN A MI DESTRUCCIÓN.°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora