Capítulo 4

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CAPÍTULO 4
UN FALSO ÁNGEL

—No deberías andar sola a tales horas de la noche.

Sonrió al reconocer la voz, giró la cabeza y ahí vio a la rubia; portaba una gabardina beige oscuro con unos jeans negros, la acompañaba un jersey de lana negro con una camisa blanca abajo y unos guantes negros que, al parecer, también eran de lana. Esta vez no traía bufanda.

En sus contadas coincidencias jamás la había visto vestida de aquella forma.

—En unos pocos minutos será año nuevo —volvió a mirar el cielo—, vale la pena estar aquí para ver el espectáculo de luces.

El cielo se mantenía tranquilo, mostrando las estrellas que el brillo de una ciudad tan grande como Seúl lograba permitir, era una imagen preciosa que sólo aquellos locos, como ellas, podía apreciar con el gélido invierno que azotaba en la ciudad.

—Aún así no debes andar sola —escuchó un suspiro de frustración—. Es peligroso, Stephanie, la ciudad es peligrosa para una pequeña como tú.

Volvió la mirada a ella, se sorprendió al ver de aquellos ojos brotar chispas de exasperación y preocupación, no era la mirada que solía apreciar en aquel rostro.

—La calle siempre es peligrosa —frunció el ceño recelosa—, ¿por qué muestras tan repentina preocupación hacia mí?

La rubia soltó un bufido antes de desviar la mirada hacia el cielo.

—Porque eres una pequeña niña, Stephanie, tu lugar no es este —abrió los ojos con sorpresa al ver la mirada osada y seria que le dirigía—, eres una bella rosa que debe ser cuidada y amada, protegida de los horrores de este mundo. Stephanie, no debes seguir aquí, ¿por qué no regresas a casa?

Apretó con fuerza la mandíbula y sus puños al escuchar aquello, los dolorosos recuerdos de su pasado aparecieron en su cabeza como una película, una vaga palabra le vino a la cabeza, aquella palabra que podía resumir todos esos recuerdos en uno solo: calvario.

—Tú no sabes lo que dices... —la miró con rabia y dolor—, no todos nacemos en un lugar hermoso con padres perfectos sacados de cuento. ¡No! Algunos tenemos la fatalidad de nacer con una pareja de drogadictos y alcohólicos que... —cerró los ojos con aflicción ante el recuerdo— que terminan muriendo frente a su pequeña hija de cinco años, dejándola a su suerte, hasta que un pobre policía la encuentre tres días después casi muerta gracias al hambre y la deshidratación a causa del vomito por los olores que desprendían los cuerpos de sus padres en aquel departamento olvidado por Dios... ¿quieres que regrese a ese hogar o a ese orfanato donde me golpeaban y donde casi lograron abusar de mi sexualmente?

Su ira aumentó cuando vio aquellos ojos mirarla con lastima y pena, odiaba aquella mirada, detestaba como las parejas que llegaban al orfanato la miraban después de saber su historia. Era la misma mirada que veía en sus ojos.

—Stephanie...

—No te acerques —dio un paso atrás cuando ella trató de tocarla—. No quiero tu lastima ni tu dinero, ¿por qué no te vas por donde viniste y me dejas en paz?

Los fuegos artificiales explotaron en el cielo empezando el espectáculo, la rubia la miraba fijamente mientras su rostro adquiría los tonos de aquel espectáculo gracias al reflejo. Recordaba perfectamente por qué odiaba a los de su clase, creían saber todo y creer que ellos habían optado aquella vida porque detestaban las reglas de su hogar o porque sus padres eran demasiados estrictos. Ilusos. La vida no era tan dulce como en la que ellos vivían.

La vida era dura y cruel.

Y aquella rubia no era más que el montón, no era el ser que creyó en un principio, era un simple ser humano más que había sentido curiosidad de ayudar a una pobre niña de la calle como muestra de caridad.

La niña de los ojos tristes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora