It takes two (ZEN x MC)

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Sus ojos pesaban. Era tarde, y no se le había ocurrido una mejor idea que ponerse a revisar un capítulo de su tesis. Las palabras empezaban a mezclarse unas con otras en esa introducción sumamente conocida "¿Debería reescribirla?", se preguntaba a la par que bostezaba. Por sorpresa, un suave roce la hizo estremecer, unos brazos desnudos le rodearon los hombros, mientras los labios de él le mordisqueaban la nuca y el hombro.

- MC... es tarde.

- Lo sé, Zen, pero...

- Te estás quedando dormida.

Ella suspiró, resignada, aunque reticente a asumir la verdad. Cerró la pantalla del portátil y se quedó mirando a su chico, con el pelo suelto y despeinado, vestido con unos pantalones de pijama, descalzo... tentador.

- Llévame a la cama, Zen.

Él se sonrojó ligeramente, mordiéndose el labio. La rodeó con sus brazos y la levantó en volandas.

- Sus deseos son órdenes para mí, mi lady.

La dejó con delicadeza sobre el colchón, ella soltó un suspiro de satisfacción. Fue el propio Zen quien se encargó de taparla, arroparla, y después, unirse a ella bajo las sábanas, abrazarla y darle un beso de buenas noches. Cayó absolutamente rendida en los brazos del chico, embriagada en su olor y su suave tacto. Sus ojos pesaban y el lento latido del corazón de él supuso todo un arrullo que la llevó a las tierras de Morfeo.

Si bien, el despertar fue todavía más dulce. Suave y tierna, con el cuerpo entumecido, recorrido por unas cálidas manos en busca de su piel. Abrió los ojos perezosamente mientras un par de dedos acariciaba su boca, mordió las yemas regodeándose en el gruñido que se escuchó a su espalda. Sin apenas darse cuenta, él se cernía sobre ella, besándola lento y dulce, deshaciéndose, a la par, de las fronteras textiles que ocultaban el cuerpo de ella, memorizado cada recoveco y curva, terreno que luego pasó a reconocer con su boca.

- Zen... - suspiró ella cuando intentó levantarse, quería desnudarlo y tocarlo. Aquello no era justo, se mirase por donde se mirase.

- Sssh...

Él se lo impidió, sujetándola por las muñecas, mientras su otra mano descendía más allá de sus caderas desnudas, que se alzaron involuntariamente en busca de una caricia más profunda. Hundió su lengua en la boca de ella a la par que sus dedos se hundían más abajo, moviéndose lentamente, resbalando suavemente para hacerla gemir.

El efecto fue inmediato: suspiró mientras él la liberaba de sus ataduras manuales, para poder recorrerla, insistir en aquellas zonas que pedían su atención a gritos, cumbres erectas, piel de gallina. La miraba sucumbir mientras ella se recreaba en la visión de él: poderoso, apenas alumbrado por la luz que se colaba entre las cortinas, puro elogio a la sombra, a los destellos de su pelo, que le acariciaban el cuerpo con la sutileza de una pluma, excitándola más y más, esos ojos de rubí devorándola.

Sólo la miraba, y ya se sentía arder.

Y él lo sabía, lo que lo hacía sonreír con suficiencia.

Quería borrarle esa mueca de la cara, pero la presión de sus dedos le hizo cerrar los ojos y arquearse. El ritmo se tornaba más rápido, y un pulgar había acudido a ayudar a sus compañeros mediante unos comedidos movimientos circulares que la estaban matando. Y cuando abrió los ojos, de nuevo esa mirada.

Arqueó la espalda, gimió, se acarició bajo esa roja mirada.

La respiración de él cada vez se hacía más profunda, la presión en sus pantalones más molesta.

- Hyun... por favor.

Cuando ella lo llamó ya no pudo más, la liberó de sus dedos y devoró su boca con un hambre feroz, colocándose entre sus piernas, ella preparada para recibirlo.

Ambos suspiraron con el roce mutuo.

Ella volvió a arquearse buscando el roce de la piel de él, él la correspondió perdiéndose en la curva de su cuello. Entrelazaron los dedos y se dejaron llevar, dos cuerpos a la deriva buscándose en plena tormenta de besos y mordiscos. Él la sujetó de las caderas mientras ella se dejaba ir, la acariciaba con labios de coral, hinchados tras el festín de aquél baile corporal. No tardó, si bien, en seguirla, mientras ella le tiraba, despacio, del pelo, guiándolo más adentro, más allá de su boca.

Como bien se suele decir, después de la tormenta llega la calma, resaca marina de mimos y caricias.

- Buenos días, princesa.

Mystic Messenger [One Shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora