A Midoriya Izuku, sus padres lo han dejado en un orfanato a causa de ser un omega en una familia de puros Alfas.
Izuku desechado por ser un omega, crece sin amigos. Soportando burlas, humillaciones, insultos y golpes.
Decide que ir a una escuela...
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El timbre resonó en mis oídos unos minutos después de que Bakugō - el chico de cabellos rubios del primer día - se marchara junto con sus amigos.
Yo aún no me había levantado del suelo, pero al hacerlo, sentí un hilo de agudo dolor en la espalda. Mi labio inferior ardía, podía estar seguro de que se había roto, y seguramente también saldrían moretones al final del día sobre mi piel blanquecina.
Decidí dirigirme a la enfermería, evitando contacto visual con cualquiera que pudiera encontrarse en los pasillos; realmente me sentía avergonzado de haber sido la inútil víctima de unos chicos de mi misma edad y curso.
– Dios mío...
La voz grave, más curiosamente suave, de un hombre, fue la que me hizo subir la vista al darme cuenta que ya me encontraba en la enfermería. Al subir la mirada, pude ponerle cara a aquella voz gentil y preocupada que me recibió a la entrada. Un hombre con una extraña cicatriz en el rostro y mirada heterocromática se encontraba inclinado hacia mí, para poder observar mi cara con mejor claridad.
– ¿Qué...? – Murmuró, mis ojos atentamente clavados en los suyos, los cuales por el contrario a mí, se enfocaban más en mi rostro herido. – ¿Qué te ha pasado, muchacho?
No respondí nada a su pregunta, en vez de eso, me limité a bajar la cabeza una vez más en el día. Creo que ya había perdido la cuenta.
– Olvídalo, sólo ve a sentarte. Te atenderé enseguida.
Se marchó apresuradamente justo después de emitir esas palabras. No me quedó de otra más que dirigirme a la pequeña camilla proporcionada por la escuela para sentarme en esta, manteniendo completo silencio. No el buen tipo de silencio, este era un silencio tenso e incómodo.
Me dolía admitir esto, pero agradecía en el fondo de mi ser, que por lo menos esta persona estuviese demostrando interés genuino por mí.
– Tu labio. – El hombre mayor fue directo al punto apenas entro otra vez a esta pequeña área de la enfermería. Observé silenciosamente que colocara alcohol en el algodón, pero al agarrar mi mentón entre su dedo índice y pulgar, me tomó desprevenido.
Pude sentir que vergonzosamente se acumulara el rubor en mis mejillas mientras desviaba la mirada, así evitando ver al heterocromático a los ojos. Por otro lado, a él pareció no importarle... o simplemente no prestó atención a lo sucedido.
– Aguantas muy bien el dolor... pero puedes quejarte o hasta llorar si lo deseas. – El hombre comentó esto mientras limpiaba mi labio, pasando el algodón suavemente sobre él. Parecía demasiado concentrado en lo que estaba haciendo, y su tono al hablar me sonó tan serio y profesional, que me logró sorprender por segunda vez cuando al bajar la vista, noté que me ofrecía una sonrisa cálida y comprensiva.
– S- sí.
Esa fue la única palabra que pude responder y aun así, me apenaba haberme trabado con ella. Desvié la mirada inmediatamente, manteniéndome sentado y en silencio cuando al haber acabado, el albino llenaba unos papeles.
– Necesitaré hacerte unas preguntas. – Habló otra vez, llevando mi atención hasta él. Asentí con la cabeza.
– Bien... – Bajó la vista a los papeles, frunciendo el ceño levemente, de una manera curiosa a mi parecer. – ¿Cuál es tu nombre?
– M- Midoriya Izuku. – Me trabé de nuevo. Genial.
Yo no podía dejar de observarle con una mirada nerviosa mientras él escribía de forma concentrada. De pronto su expresión seria cambió – se suavizó repentinamente.
Subió la vista hasta mí, – ¿Eres el nuevo?
– Sí. – Respondí enseguida, talvez de forma algo cortante.
Para mi sorpresa, él sonrió de nuevo, – Vaya, con razón nunca te había visto por aquí. Mi nombre es Todoroki Shōto, tengo veinticuatro años. Gusto en conocerte, Midoriya. – Su forma de hablar era atenta y gentil, más me ponía nervioso que me mirara tan fijamente.
Asentí con la cabeza de nuevo, repitiendo una vez más mi nombre, añadiendo mi edad mientras hablaba nerviosamente. – Midoriya Izuku. Y tengo trece años aún. – Esta vez pude responder de manera más firme y segura, hasta que...
– Por cierto, soy un Alfa. ¿Tú?
Todoroki dejó de escribir el papeleo, subiendo su vista hasta mí. Esa pregunta me había tomado desprevenido, tendría que improvisar y rápido –
– Ah, – Forcé una pequeña risa, la cual pésimamente salió siendo una insegura y miedosa. – Mira que casualidad, yo también soy un Alfa.
Por un momento me paralicé de terror. Creí por la expresión del adulto que no se tragaría mi tonta mentira, pero este sonrió y asintió con la cabeza.
– En esta escuela nunca he visto un Omega. No debí haber preguntado, es evidente que eres un Alfa también. – Aquella expresión ilegible de sonrisa de la Mona Lisa me estaba comiendo vivo.
– Oh, – Asentí, forzando una sonrisa tensa. – Que interesante.
Todoroki me miraba fijamente una vez más, – Bueno, Midoriya, si tienes algún problema con alguien, puedes venir a decirme y yo te ayudaré. ¿Bien?
Aquella mirada helada, iba a dejarme hecho un bloque de hielo.
Asentí otra vez, relajando los músculos un poco, – S- sí.
El timbre para retirarnos a casa fue mi salvación. Llevé la vista al mayor, ofreciéndole una pequeña sonrisa. – Hasta luego, Todoroki.
En ese momento regresé relajado al aula solamente para recoger mis pertenencias antes de marcharme a casa. En ningún momento pasó por mi mente que aquél enfermero, al cual sólo había visto una vez en mi vida, hubiera descifrado tan fácilmente mi secreto en tan solo segundos.
– Es un chico lindo... pero miente. Izuku miente.
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